Alessia.
El dos mil veintidós no inició de la forma en que esperaba hace meses.
Sin embargo, tampoco ha sido el peor inicio de año que he tenido si cuento la cantidad de veces que lo inicié llorando debajo de la cama para que papá no me encontrara.
Por varios días, he sentido la calma arremolinándose a mi alrededor. Una calma que sé que es fugaz, pero que acepto con todo lo que tengo, aliviada por tener un segundo de paz en medio de tanto que me atormenta.
He podido trabajar sintiéndome segura, he podido pasear sin nadie siguiéndome, pero por lo que he escuchado, esa paz tan efímera, se acabará en un par de horas.
Él va a regresar.
Escuché que viajó a España hace unos días por un evento familiar, el único que se quedó fue Alessandro, pero fue tan solo por un par de días porque luego se marchó en busca de sus hermanos para la fiesta de cumpleaños de una pariente, que según escuché, será hoy siete de enero.
Cumplo con la orden de la señora Ricci al terminar de empacar algunos alimentos para los muchachos que trabajan en la parte trasera de la casa principal, pero espero a que Sandro llegue para que sea él quien se los entregue tal como me fue dicho.
El hombre no me dedica más de una mirada mientras lo recoge todo y lo mete en una caja, solo se limita a levantar todo en alto, riendo cuando me escucha emitir un ligero chillido cuando su brazo roza a propósito el mío.
—A veces creo que te vas a desaparecer del miedo, Alessia —susurra sin lugar a réplica alguna por mi parte, y es que no me da tiempo de formular una oración coherente, solo se va.
La sorpresa me la llevo a eso del mediodía cuando la señora Ricci coloca un plato de más en nuestra mesa. Yo no me atrevo a preguntar quien se unirá ya que no quiero ser entrometida, pero Julia junta sus cejas formando un pronunciado ceño fruncido al escanear la habitación mientras se seca el cabello con una toalla.
—¡Julia! —le grita la mujer, empujándola con suavidad hacia atrás al ver el charco que las gotas de agua que provienen de su cabello comienzan a formar en el piso—. ¡¿Qué te he dicho, jovencita?!
—Lo siento, tía Beatrice. —Fuerza una mirada de disculpa, pero cuando la mujer se gira, sonríe sin la más mínima culpa en mi dirección—. ¿Quién vendrá a comer con nosotras? ¿Una de tus amigas?
—Alessandro —dice seria, limpiando el desastre que su sobrina deja a su paso.
Mientras que la señora Ricci lucha por mantenerlo todo impecable, a Julia le encanta vivir en medio del caos. A mí no me molesta en absoluto, aunque prefiero tomarme mi tiempo y arreglar un poco sin quejarme. Sin embargo, a su tía pronto le saldrán canas azules debido a su caótica sobrina a la que le encanta hacer todo por darle dolores de cabeza.
La quiere, y Julia también, así que no duda en demostrarle su cariño de la mejor forma en la que sabe, riendo al final cuando la señora Ricci no aguanta las ganas de compartir una sonrisa con ella al no poder molestarse durante mucho tiempo con la joven de ojos alegres.
Me gusta mirar sus interacciones, pero una punzada de algo similar a la envidia se instala en mi pecho al hacerlo algunas veces. Se han ganado parte de mi corazón, y no debería sentirme así, pero no puedo evitarlo. Me gusta verlas felices, aún si su felicidad, a veces produce tristeza en mí.
—¿Alessandro no estaba en el cumpleaños de la hija de Don Aurelio?
—No pudo quedarse —dice vagamente, pero noto sus ojos en mí, como si se estuviera conteniendo de dar información. Sigo organizando los cubiertos en la mesa, ignorando su mirada, haciendo como si no les estuviera prestando atención en vano—. Cosas del trabajo.
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SALVATORE [+21]
RomanceAunque huyan, no llegarán muy lejos. Aunque se escondan, siempre los encontrarán. Y aunque recen, no habrá un lugar en el cielo para ellos. Porque no hay redención para aquellos que han nacido en el pecado incluso si nunca quisieron ser parte de est...