CAPITULO 50

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Salvatore.

Los nudillos me crujen con cada golpe que propino sobre el cuerpo casi inconsciente del bastardo que cae sobre sus rodillas, suplicándome que lo suelte. Mi mente bloquea su mirada, sus palabras, y se concentra en el desprecio que siento por su familia, en los ataques en mi contra y en la rabia que tengo con la mujer cuyos sollozos hacen eco en las paredes de mi oficina.

Las lagrimas se mezclan con la sangre que mancha el rostro lleno de sudor de la mano derecha de Matteo Barone para cuando le rompo la nariz con mis puños. Luego, lo levanto, siendo yo quien lo mantiene en pie al apretarle el cuello con las manos, descargando la furia que se desata en mi interior y me hace cerrar las manos lo más fuerte que puedo hasta que no puedo más y le estampo la cabeza contra la pared, dejándolo sin vida sin dejar de ahorcarlo hasta que no puedo más.

Lo lanzo al suelo junto a los dos cadáveres que yacen en el piso y que ahora le hacen compañía al bastardo cuyo jefe estoy por matar.

Camino casi tambaleándome a la silla tras mi escritorio donde me siento, traicionando mi juramento al clavar los ojos en la pantalla donde veo a Alessia llorando en su habitación, desgarrándome con cada sonido que invade mis oídos.

Han pasado tres días desde que la enfrenté, pero no he conseguido subir más. No quiero verla, y aún así me torturo al hacerlo a través de una maldita pantalla.

Odio.

Eso quiero sentir hacia ella, eso quiero que aparezca de la nada cegando la rabia para hacerme actuar conforme al maldito demonio que soy con el mundo y que no quiere salir con ella.

Cesare permanece fuera de su habitación, haciéndome odiar el día que permití que se quedará. Alessia nunca debió entrar a este lugar, debió quedarse en el sitio en el que estaba y nunca debió toparse con mis hermanos esa noche.

Una Barone jamás debió entrar en mi casa, mucho menos en mi cama.

Mucho menos en mi vida.

La observo, guardo en mi cabeza cada sollozo para recordarme que está sufriendo porque así yo lo dispongo, que está llorando porque tiene que pagar por ocultarme la verdad, por mentirme y manipularme.

Sin embargo, el latigazo que siento por dentro incrementa, cada día se hace más intenso e inestable, desgarrando la furia que siento y permitiendo el paso de la culpa que me invade.

Una culpa que yo no debería estar sintiendo y aún así lo hago.

La traición se paga con sangre, toda la que se derrama de los cuerpos que he matado, recordándome lo débil que soy por no poder buscar la fuente de esa traición y en su lugar desquitarme con otros que también se lo merecen, pero no tanto como ella.

Los gritos en medio de una discusión me hacen ponerme de pie entonces y apenas me percato de lo que pasa cuando la puerta de mi oficina se abre de un portazo y no solo entran mis hermanos sino también mi primo con ellos.

Giulio Sartori, a quien no he visto en mucho tiempo, parece furioso, dispuesto a acabar con quien sea que le coloque al frente. Sé, por la manera en que ni siquiera se percata de lo que lo rodea, que así es, que está rabioso con algo o con alguien, y parece ser que esa rabia está destinada solo para mí.

—¡Eres un maldito traidor! —Me apunta con el dedo índice, dejando que la rabia se desborde de esos ojos que le heredó a su hijo, aquel que fui a visitar hace poco—. ¡¿Cómo carajos pudiste ocultarme que ella estaba viva, Salvatore?!

Sus palabras, lejos de sorprenderme, me molestan. No tengo tiempo para él, para su dolor o lo que sea que siente. El rostro de una Selena que me rogó que no dijera nada en mi viaje a Dublín se pasea por mi cabeza, pero la desecho. Ellos no me importan en este punto, todos me valen mierda porque no estoy para lidiar con problemas que no son míos o con una traición que no es hacia mí.

SALVATORE [+21]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora