Alessia.
Había un punto en el pasado en el que dejaba de luchar para que papá dejara de golpearme, eso era en los días buenos.
En los malos, mi cuerpo no soportaba el peso de cada puñetazo y caía profundo, casi sin vida y sin aire. El corazón me seguía latiendo, negándose a acabar con mi tormento, pero mis ojos y el resto de mi cuerpo se negaban a responder.
Me despertaba al día siguiente en mi habitación, luego de un colapso profundo en el que me desmayaba y caía inconsciente. Papá ya no estaba cerca y ese era mi alivio para acurrucarme toda la noche, sin lágrimas que soltar y con un dolor seco atorado en el pecho.
Tenía la esperanza de que esta vez también sucediera lo mismo.
Mi cuerpo colapsó.
Y en el fondo, esperaba que fuera para siempre.
Solo que no. Sé, nada más abro los ojos en medio del suelo frío de la habitación, con el cuerpo quejándose cuando trato de moverme, que no estoy a salvo, que el hombre que espera sentado en la cama tendida no es más que el mismo monstruo que ha guardado su furia durante meses.
Esta vez no esperó semanas como en el pasado, él sigue aquí.
No siento más que dolor físico. No puedo mover los brazos e incluso la cabeza me pesa ante el delirante dolor que se apodera de todo mi ser.
Pero el nudo que siento en el alma, ese no hace más que tocar a mi puerta una y otra vez, asustándome a medida que las palabras que mi padre me soltó hace unas horas se repiten como un bucle en mi mente.
Matteo.
Mi hermano.
Él no puede estar muerto.
Y, si lo está, yo quiero ir con él.
Trato de rodar sobre mi propio cuerpo, pero el solo intento provoca una descarga de dolor que me desgarra desde adentro, soltándome un grito que alerta a mi padre.
Él no tarda en reír al ponerse de pie, dejando sus zapatos justo al lado de mi cabeza antes de agacharse a mi costado, desbordando mis lagrimas adoloridas cuando sus nudillos invaden mi rostro magullado y me lastima al presionar los dedos contra mi piel seguramente amoratada y ensangrentada.
Me tiembla el cuerpo, las lágrimas escuecen mis ojos y por más que trato de alejarme, no puedo porque siquiera doblar un dedo hace que latigazos de dolor me torturen.
—Pensé que tardarías más en despertar, hija mía —me habla con una dulzura que me da escalofríos por lo tenebroso que suena.
Nunca tuve miedo a los monstruos de los que Matteo me decía que se encontraban en el armario para asustarme.
Claro que no.
Yo conocía el monstruo que salía de la habitación de mamá tras golpearla y entraba a la mía cuando no se había saciado.
Sus golpes eran mi más grande pesadilla y mis gritos de dolor en medio de lágrimas su victoria.
—¿Por qué me haces esto? —pregunto como puedo con la voz quebrada, volteando el rostro hacia él a pesar de que un corrientazo me hace retorcer por el dolor—. Nunca te he hecho nada.
—Eres una princesita tan fácil de romper, Alessia —susurra como si estuviera considerando mis palabras—. Te pareces tanto a tu madre. Tan delicada y elegante, con esa ternura que es tan difícil de comprender. Tan cristalina que da gusto escuchar como te rompes.
—Eres un bastardo —escupo con rabia, probando los restos de mi sangre en el labio cuando trato de humedecerlo—. ¿Por qué la mataste? ¿Por qué quieres hacerme lo mismo a mí?
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SALVATORE [+21]
RomansaAunque huyan, no llegarán muy lejos. Aunque se escondan, siempre los encontrarán. Y aunque recen, no habrá un lugar en el cielo para ellos. Porque no hay redención para aquellos que han nacido en el pecado incluso si nunca quisieron ser parte de est...