CAPITULO 16

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Alessia.

Odio la sangre.

Odio las peleas.

Odio la idea de huesos quebrándose bajo el impacto de los puños.

Odio sentirme indefensa.

Recuerdo que cuando padre golpeaba a Matteo, él se escabullía a medianoche en mi habitación y yo sacaba las motas de algodón y demás cosas de curación que me robaba de los botiquines en el estudio de padre para curar a Matteo.

Vi tantos videos en internet que aprendí a coser heridas mientras mi hermano también me guiaba porque prefería que yo lo hiciera.

Odiaba verlo lastimado, sangrando, y luciendo tan sucio lleno de sangre que dejaba mi miedo a hacer algo incorrecto y trataba de enmendar lo que padre hacía.

Por lo general, me mantenía lejos de los golpes en casa cuando yo no era el foco de ellos si venían de papá. Me escabullía para no ser vista y me escondía alejándome de todo lo que en un momento pudiera llegar a hacerme daño.

Sin embargo, ahora, al escuchar los gritos incitando a Salvatore a que siga golpeando al hombre que no se mueve entre sus manos, siento una opresión que no se desvanece en mi pecho.

No es fugaz o pasajera, sino constante y cruel. Me falta el aire al ver las luces pasando rápidamente por la pelea que veo como si de una película de acción que no tiene final se tratase.

Todo es caos, desorden e inconstancia.

Por lo general, las personas tienden a querer desechar el caos e instaurar el orden, pero nadie a mi alrededor hace nada por detener los golpes. Nadie interviene para aplacar y frenar a la bestia en la que pareció convertirse el mayor de los hermanos Caruso.

—¡Alessandro, sepárenlos! —me sorprende que el hombre escuche mi voz en medio del caos que se desata a su alrededor—. ¡Alessandro!

No se mueve. Al contrario. Permanece a mi lado mientras el resto se ríe, formando un círculo alrededor que congestiona y obstruye el paso de oxigeno a través del aire.

¿Por qué nadie hace nada?

Salvatore no se detiene, sigue golpeándolo aun cuando veo que el hombre tambalea su cabeza hacia un lado.

Nunca le he deseado el mal a las personas, ni siquiera a papá con todo el dolor que me causó. Sí, quería que el hombre que Salvatore ahora golpea se alejara de mí. No quería ir a los baños con él como sugirió, pero tampoco quería esto.

No quiero sangre en mis manos.

Y así se siente mientras este hombre lo golpea aun si no tengo idea de los motivos.

Mis pies ceden, mis piernas se deciden a no flaquear al instante en que doy un paso al frente, emitiendo un chillido cuando me empujan hacia atrás y veo mi cuerpo en el suelo al trastrabillar.

Un brazo envuelve mi cintura, evitando que caiga. El caos sigue, pero ahora me retienen para que no me mueva.

Demetrio aferra su brazo a mi cintura, pero no hace nada para detener a su hermano.

—Demetrio, lo matará —susurro tan bajo que creo que no es capaz de escucharme con tantos gritos alrededor—. Demetrio.

Cierro mi mano sobre su brazo, no me inmuto por el toque que solo me mantiene cautiva.

—No te metas, Alessia —me advierte con determinación y severidad.

Me estremezco.

—Lo está matando.

SALVATORE [+21]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora