Capítulo 49: Estoy muerta de miedo.

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Capítulo 49: Estoy muerta de miedo.

Harry prácticamente la arrastró hasta el primer restaurante que vieron. El local era pequeño y bastante cutre y la comida era espantosa, pero a ninguno de los dos les importó.

Conforme hablaban los ojos de Bárbara iban teniendo más vida; él había conseguido lo que trataba: distraerla para que no pensara en sus padres. Ella era consciente de lo que él estaba haciendo, pero se dejó llevar y trató de disfrutar las horas que le quedaban junto a Edward. La verdad es que intentar pasárselo bien junto a él no era nada difícil, ya que prácticamente sonreía como una boba sólo con mirarlo.

Al cabo de una hora los dos reían a carcajadas con los platos llenos de comida incomible y, ahora, fría. ¿Quién dijo que se necesitaba un lugar de lujo para poder divertirse?. Estaban en un sitio de mala muerte, sentados sobre sillas que cojeaban, mesas de madera ralladas -y ni hablar de la comida- Y sin embargo, a pesar de todo eso estaba siendo el mejor cumpleaños que Bárbara había tenido jamás. (Aunque no había demasiada competencia, había que admitir).

La peliazul había recuperado su desparpajo habitual y sin saber cómo había acabado contándole a Harry mil anécdotas sobre ella y sus amigos. Le habló de Alicia, de cómo había conocido a su actual novio el psicólogo. De Raúl, que era uno de sus amigos más cercanos pero que él no conocía. Se refirió a éste último varias veces como "putita", ya que su amigo era gay y según dijo cambiaba de novio cada dos por tres. Casi no habló de Sergio, cosa que el ojiverde agradeció. Y por supuesto, le contó mil anécdotas sobre el gran Hugo.

- Y entonces llegó una chica y le pidió el teléfono a Hugo.- contaba Bárbara sin dejar de reír.- Ella tendió la mano esperando a que le diera un papelito con su número pero ¡él le dio su teléfono móvil! Estaba totalmente convencido de que la chica sólo quería hacer una llamada.- cerró los ojos, echó la cabeza hacia atrás y siguió con sus ruidosas carcajadas.- ¡Deberías haber visto la cara de la chica, Edward! ¡Se quedó con el móvil en la mano sin saber qué hacer! ¡Y Hugo siguió a lo suyo como si nada!

Harry se unió a sus carcajadas y los dos rieron fuertemente sin poder parar. La poca gente que había en el local los miraban como si estuvieran locos pero a ellos les dieron igual.

Cuando consiguieron dejar de reír Harry miró la comida y negó con la cabeza.

- Vamos, anda. Te invito a un perrito.- le dijo.

Se levantó, cogió a Bárbara de la mano y pagaron al dueño. (Pagaron a partes iguales, porque la peliazul aseguró que si empezaba a costearla no se lo perdonaría en la vida).

Después fueron a una pequeña feria de atracciones donde no había mucha gente porque aún era temprano. Compraron en un puesto perritos y por fin comieron algo.

Horas más tarde Harry había estado a punto de vomitar el dichoso perrito unas diez veces porque la hiperactiva peliazul le había hecho subirse con ella en todas y cada una de las atracciones -las que le gustaron, repetidas- sin hacer la digestión. Bárbara, por su parte, aún habiendo comido lo mismo que él y habiéndose montado en las mismas atracciones, estaba fresca como una rosa y con una energía envidiable. Se lo estaba pasando en grande y a pesar de todo, eso lo alegró. Pero ya era hora de volver a casa, antes de que realmente vomitara y quedara como un flojo.

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Bárbara jugueteó con el teléfono entre sus manos. Llevaba así más de una hora. Harry se fue esa mañana después de que el día anterior le diera el mejor cumpleaños de su existencia. Y ahora se tenía que despedir de él. ¿Por qué era tan débil? ¿Por qué no podía simplemente aguantar sus sentimientos?

El chico del ascensor » EDITANDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora