Capítulo 1: Un mal día y un extraño.

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Capítulo 1: Un mal día y un extraño.

— Muy bien chicas, se acabó el ensayo. ¡Podéis ir a cambiaros!— gritó la chica del pelo azul con alegría. 

El resto de jóvenes obedecieron y cuando se quedó sola, Bárbara resopló. Llevaba un día agotador en la academia.

Las primeras dos horas habían sido ocupadas por veinticinco niñas pequeñas, y hoy estaban muy revolucionadas. Esas renacuajas acababan con su paciencia, a pesar de que intentaba ser lo más amable posible con ellas. Al final había tenido que sobornarlas con caramelos que siempre llevaba en su bolso para que se estuvieran quietas. Siendo honestos, esto era algo que pasaba muy a menudo. Alicia solía decirle que darles chuches para controlarlas era algo que haría un adiestrador de perros, pero a ella le funcionaba y las niñas no se veían molestas por ello.

Cuando por fin acabó con ellas, tocaron las adolescentes. Ellas sí que eran un reto, puesto que no podía sobornarlas con caramelos. Un día lo intentó y —además de reírse de ella— las chicas se horrorizaron por lo que engordarían si tomaran algunos de esos. Exageradas. La mayoría de ellas estaban cuchicheando sin parar y Bárbara les tenía que llamar la atención a cada minuto.

Las únicas que de verdad sentían pasión por el baile eran Ariel y Luisa. A Bárbara le recordaban mucho a ella cuando era más joven y pensar en eso hizo que sonriera. Las demás adolescentes estaban allí por puro capricho de ellas o de sus padres.

Estaba recogiendo sus cosas cuando su jefa, la señora Hernández, le pidió que se pasara por su despacho. Eso la dejó impresionada a la vez que nerviosa. La señora Hernández era propietaria de la academia de baile pero no se interesaba ni lo más mínimo por ella. Mientras que para Bárbara esa academia era prácticamente su vida, esa mujer no le prestaba ni dos segundos de su tiempo.  

La curiosidad por saber de qué querría hablarle la estaba matando, así que cogió su mochila, se puso una chaqueta encima de su maillot y fue al despacho de su jefa para acabar con la intriga de una vez. 

Tocó a la puerta y al escuchar el "pasa" de su jefa, la abrió. Se encontró con un despacho tristemente vacío, algo normal teniendo en cuenta que nunca era utilizado. Tan solo había un escritorio blanco y dos sillas negras, una a cada lado de él. La señora Hernández estaba sentada en una de ellas y le hizo un gesto con la cabeza para que se sentara en la silla libre. Así lo hizo, sintiendo como se empezaba a poner nerviosa.

— Verás, Bárbara. —comenzó a hablar — Sabrás que esta academia no es predominante para mí. En nada. 

Bárbara asintió frunciendo el ceño. María Hernández podía carecer de muchas cosas, pero la honestidad no era una de esas cosas.

— Resulta que el próximo mes me iré a vivir a América, y como comprenderás, no me agradaría tener un negocio en España sin supervisión. Añadiendo a eso que las ganancias no son demasiado grandes, no me queda más remedio que cerrar la academia y vender el lugar.

Bárbara entreabrió los labios y no supo qué decir. La estaban despidiendo. Se estaba quedando sin empleo. Es verdad que ella no necesitaba este trabajo, tenía dinero suficiente para vivir, y, para más inri, le pagaban una miseria. 

Sin embargo, el baile era su pasión y éste era el trabajo que desde pequeña había querido. Además, se sentía inútil si no trabajaba en algo. Quería valerse por sí misma haciendo lo que le gustaba hacer. Podía decirse que no dependía económicamente de la academia de baile, pero sí emocionalmente.

Comprendió enseguida que a la señora Hernández, una mujer rica y superficial, no le importaba que ella se quedara sin empleo o que chicas como Ariel y Luisa tuvieran que dejar —al menos en esta academia— su pasión por el baile. María nunca podría comprender que aunque a veces las niñas le volvían loca y las adolescentes eran insoportables, se había formado un vínculo parecido a una familia entre ellas.

El chico del ascensor » EDITANDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora