Felix
La pobreza. Solía ser más fácil. Tal vez porque no puedo recordarla mucho en mi infancia. Porque era feliz.
Ahora todo lo que queda es pena, gritos y facturas sin pagar.
A los diecisiete, no sé mucho sobre el mundo, pero me parece que ser infeliz e indeseable es más difícil de soportar que no tener nada que comer.
El nudo en mi estómago se contrae. Tal vez si vomito antes de salir de casa me relajará y despejará la mente. Excepto que no puedo permitirme perder las calorías.
Una respiración profunda confirma que los botones de mi camisa más bonita siguen en su lugar, mis considerables pectorales conservadores todavía ocultos. Los pantalones de tela se amoldan mejor esta mañana de lo que lo hizo en la tienda y las zapatillas... olvídalo. No hay nada que pueda hacer con las suelas agrietadas y las rasgaduras en las puntas. Son las únicas zapatillas que tengo.
Salgo del baño y camino de puntillas por la cocina, pasando mis dedos temblorosos por mi cabello. Los mechones mojados caen por mi frente y empapan mi camisa. Mierda, ¿mis pezones se ven a través de la tela húmeda?. Debí peinarme el cabello o secarlo, pero ya no tengo tiempo, lo cual me revuelve aún más el estómago.
Jesús, no debería estar tan ansioso. Es solo el primer día de escuela. He hecho esto muchas veces.
Pero es mi último año.
El año que determinará el resto de mi vida.
Un error, un promedio menos que perfecto, una violación al código de vestimenta, la más pequeña infracción alejará el foco de atención de mi talento y lo pondrá en el pobre chico de Penrith. Cada paso que doy en los críticos pasillos de mármol de La Academia Le Moyne es un esfuerzo para demostrar que soy más que solo ese chico.
Le Moyne es una de las más reconocidas y caras preparatorias de élite en artes escénicas en la nación. Es intimidante. Jodidamente aterradora. No importa si soy el mejor pianista de Australia. Desde mi primer año, la academia ha estado buscando una razón para expulsarme, para llenar mi muy peleado lugar con un estudiante que aporte talento y donaciones monetarias.
El hedor a humo rancio me hace aterrizar en la realidad de mi vida. Enciendo el interruptor de la pared de la cocina, iluminando pilas de latas de cerveza aplastadas y cajas de pizza vacías. Platos sucios llenan el fregadero, colillas de cigarro dispersas en el piso y, ¿qué demonios es eso? Me apoyo en la encimera y entrecierro los ojos hacia el residuo quemando en la cuchara.
Hijo de puta. ¿Mi hermano usó nuestros mejores utensilios para cocinar cocaína? La lanzo a la basura en un ataque de ira.
Minho afirma que no puede pagar las facturas, pero el bastardo sin trabajo siempre tiene dinero para fiestas. Y no solo eso, la cocina estaba impecable cuando me quedé dormido, a pesar del moho floreciendo en las paredes y el laminado desprendiéndose de las encimeras. Maldita sea, este es nuestro hogar. Lo único que nos queda. Él y mamá no tienen ni idea de lo que he soportado para mantenernos al corriente con los pagos de la hipoteca. Por su bien, espero que nunca se enteren.
Un suave pelaje roza mi tobillo, atrayendo mi atención al piso. Enormes ojos dorados miran hacia arriba desde un rostro naranja atigrado y mis hombros se relajan al instante.
Wifi ladea su barbilla desaliñada y sus bigotes se frotan contra mis piernas, su cola moviéndose en el aire. Siempre sabe cuándo necesito cariño. A veces creo que es el único amor que queda en esta casa.
—Tengo que irme, dulce chico —susurro, inclinándome para rascarle las orejas—. Sé un buen gatito, ¿está bien?
Saco la última porción de pan de plátano de su escondite en la parte posterior de la despensa, aliviado de que Minho no la encontrara. La envuelvo en una servilleta y trato de escapar hacia la puerta tan silenciosamente como puedo.
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Notas Oscuras | HyunLix
RomanceEllos me llaman puta. Tal vez lo soy. A veces hago cosas que desprecio. A veces, los hombres toman sin preguntar. Pero tengo un don musical, solo un año para terminar la preparatoria, y un plan. Con un obstáculo. Hwang Hyunjin no solo toma. Se apode...