22 | Somos amigos

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Cuando me despierto estiro el brazo hacia el lado para ver si hay alguien a mi lado, pero el hueco que debe ocupar supuesta persona está vacío. Al darme cuenta de que no hay nadie me incorporo en la cama y me levando de ella en cuanto termino de estirarme.

A paso lento salgo de la habitación donde hemos dormido y me dirijo a lo que adivino es la cocina. Me encuentro en un piso de dos plantas, por lo que para llegar debo bajar las escaleras. Cuando estoy en la planta baja, me doy cuenta de lo amplia que es la vivienda. Jareth debe ganar más dinero del que pensaba.

No me cuesta nada encontrármelo de espaldas en la cocina, cocinando algo que huele a un desayuno muy apetecible. Sigue con solo los pantalones puestos, aunque esta vez son unos de un chándal y no de pijama.

—Buenos días — le saludo, para que se dé cuenta de que estoy aquí.

Me siento en uno de los taburetes que tiene frente a la isla en mitad de la cocina. Bostezo sin darme cuenta, Jareth sonríe al verme.

—Te faltó el beso de los buenos días — me reprocha.

Perezosamente vuelvo a levantarme, rodeo la isla y voy hacia él. Como es más alto que yo debo ponerme de puntillas para poder darle un beso. Mis labios entran en contacto con los suyos en un beso corto, pero no por ello un mal beso.

Al darse cuenta de que sigo con su camiseta puesta, me da un repaso con la mirada como si quisiera comerse lo que está viendo. Lo entiendo, porque yo siento lo mismo cuando lo veo sin camiseta, pero me sonrojo al notar como me mira.

—Te sienta muy bien mi camiseta, recuérdame que te la vuelva a dejar cada vez que vuelvas — dice.

Así que habrá más veces, ¿eh? Por mí estupendo.

Vuelvo a mi lugar de antes y siento una pequeña punzada en la cabeza. Malditos efectos del alcohol y estúpida yo por haber bebido. Siendo tan atento como de costumbre, el pelinegro me da un vaso junto a una pastilla, la cual no dudo en tomarla.

—Hasta resacosa te ves adorable — se burla de mí.

—¿Acaso lo dudabas? — le saco la lengua.

Jareth ríe y sigue a lo suyo hasta que termina de hacer lo que parecen tortitas. Pone unas pocas en un plato, les echa sirope de chocolate por encima y me da el plato. Al igual que yo, se sienta frente a mí para desayunar los dos juntos.

Deseando probar su obra culinaria me llevo un pequeño trozo que he cortado a mi boca, no está nada mal. Y agradezco el toque de sirope que le ha puesto, así están mucho mejor. Sabe que el chocolate siempre es un buen ingrediente que añadir en el menú, en mi opinión claro.

—No están mal las tortitas — comento. Jareth me imita, llevándose a la boca un trozo de las suyas.

—Puedo hacértelas cuando quieras — me guiña un ojo, a lo que yo sonrío.

—No me lo digas dos veces, porque entonces te tendré como cocinero particular las veinticuatro horas del día.

—Por ser tú lo haría con gusto — me sonríe, divertido.

—Acabas de esclavizarte sin darte cuenta — bromeo.

Ambos reímos, mientras el desayuno transcurre de la misma manera, con comentarios que a veces nos hacen reír, pero en una conversación tranquila y agradable como siempre se siente con él. Es una de las cosas que más me gustan sobre él, a decir verdad.

Cuando nos acabamos las tortitas, yo me tomo un vaso de zumo de piña mientras que Jareth no se toma nada más. Lo ayudo a recoger y a limpiar el pequeño desastre que ha montado en la cocina, bromeo diciéndole que no es una persona limpia y que no sabe cocinar, a lo que me responde salpicándome un poco de agua.

Entre un amor y medio (Entre amores #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora