Capítulo 32

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ALESSANDRO

La maldita esperanza.

— ¿Cómo has podido guardarle ese secreto Alessandro?—Me preguntó Massimo mientras estaba de pie cerca de la puerta, durante yo me paseaba por la oficina con las manos en jarras e inhalando todo el aire que podía para  que pudieran llegar a  tranquilizarme pero ese momento nunca llego.

— ¿Y que se supone que tenía que hacer? Decirle que su madre está viva, que hay muchas personas queriéndola matar, mientras ella no puede sostener una puta arma, no defenderse de quien le quiere hacer daño, entregarla en bandeja de plata a los rusos ¿eso está bien?—Deje de caminar y lo vi furioso. — ¡Contesta! ¡¿Quedarme con los brazos cruzados como lo ha hecho Félix está mucho mejor de lo que he hecho con ella?!—No contestó. —Ahora puedo decir que si alguien llegara atacarla no dudaría en tomar un arma y apretar el gatillo, ¿Y sabes qué? Estaría con vida, y es lo único que me importa.

Ya no quiso mencionar nada más, y como sabía que nuestra conversación no iba a llegar a ninguna parte salió de la oficina sin decir más, detrás de él le siguió Guido, dejándome con mis tormentosos pensamientos.

Ahora voy por mi sexto trago, o eso creo, para ser honesto hace mucho perdí la cuenta, estoy recostado en el sofá, con las luces apagadas, la única luz que se puede ver es la que se filtra abajo de la puerta, tomo mi teléfono celular, son pasadas las ocho de la noche, he intentado comunicarme con Sam un par de veces pero no lo he conseguido, supongo que todavía no sabe nada, ya que si estuviera al tanto de todo, lo primero que haría fuera buscarme y reprocharme porque no abrí la boca, o quizá me odiaría tanto que no pudiera ni verme, cierro los ojos con fuerza cuando se me cruza ese pensamiento.

No me arrepiento por lo que he hecho, quizá no hay una sola persona en este planeta que me entienda, y eso es lo de menos, pero tengo mis razones para seguir ocultándoselo, lo primero que hará será querer verla, cosa que sería muy arriesgado, sin contar el hecho que padre me matara.

No voy a permitir que el hijo de puta de Gabriel se salga con la suya, primero muerto al verla en los brazos de otro, aunque todavía no he olvidado lo que pasó fuera de la galería no pienso permitir que se acerque a ella, ¿Es injusto? Tal vez, pero todos las personas vivimos donde la vida, el tiempo, los sucesos, nada es justo, y eso nos lleva a tomar nuestras propias decisiones, sin importar cuáles sean las consecuencias.

Desahogo el nudo de la corbata y la quito por completo, lanzándola a un lado de sofá, luego desabotono los tres primero botones de la camisa blanca, pongo el vaso sobre la mesa y me paso las manos por el rostro y después por mi cabello, estoy a punto de ponerme de pie cuando alguien toca a la puerta. —Adelante. —Puedo ver la sombra de Guido cuando abre la puerta. — ¿Que sucede?

Antes que pueda hablar, Massimo entra detrás de él, corriendo, con su aliento agitado. —Está... está aquí... ven. —Aunque no pueda ver mi rostro, lo miro confundido. — ¡Levántate!—Me grita saliendo del lugar.

Sin esperar más tiempo, doy un salto rápido, siguiéndole en piso, ya que mi oficina queda en el segundo piso del night-club tengo la mejor vista del lugar, y puedo estudiar todo detenidamente, veo a Massimo quien me señala hacia la entrada, en ese momento mi corazón se detiene por unos segundos, y olvido como se respira, aunque es algo tan sencillo de hacer, cierro los ojos un par de veces por si mi vista me quiere jugar sucio ya que ahora es pelinegra, tomo el barandal con fuerza y con miedo a caerme, no sé, si es por el alcohol que está en mi sistema, o por la perfección que estoy viendo en estos momentos, abro y cierro los ojos una vez más, pensando que con esta vez desaparecerá y que solo es producto de mi imaginación, pero no llega, está aquí, Samantha ha llegado a la fiesta y lleva un disfraz que todas las personas alrededor la miran de pies a cabeza.

PROHIBIDO ENAMORARSE {BORRADOR}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora