Mi nombre es Zetaree. Soy la princesa Imperial de Nirvania de Norte. Y me acabo de casar.
Me he casado con La Muerte. El hombre más temido y despiadado de este continente. Este matrimonio se suponía que sería mi ruina. Pero no estoy dispuesta a acep...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
—¿Desea algo más su alteza?
— No gracias, estoy bien.
Uno de los guardias de mi padre no hace más que preguntarme una y otra vez lo mismo.
Cuando en verdad se que quiere que me vaya hacia mis aposentos. Pero no pienso moverme sin antes hablar con él. Estoy en su estudio tomando algo de té a la espera de que vuelva de su paseo matutino con mi futuro esposo.
Puaj...
De solo pensarlo me dan arcadas.¿Cómo se le ocurre a mi padre comprometerme con semejante monstruo?
No puedo creer que haya sido capaz de hacer un acuerdo con la familia real de Nirvania del Sur sin tan siquiera consultármelo.
Ayer quedé como una estúpida delante de todo el Imperio. No hice más que llorar por 5 minutos enteros mirando el anillo que él me dió sentada en el trono. Luego me disculpé con la excusa que me sentía mal y volví a mi habitación a llorar y a gritar junto a mi hermana Agatha.
Pero hoy estoy más calmada y serena. Debo mantener la cordura para afrontar este problema y salir victoriosa.
Finalmente mi padre abre la puerta del estudio. Está hablando con alguien que no puedo ver debido a la puerta.
— Mañana debemos salir y resolver el asunto del campesino Cedric.
De solo escuchar su nombre mi piel se pone de gallina.
Papá cierra la puerta y repara en mi presencia. Me mira de arriba a abajo en silencio con una mirada inquisitiva. Si lo sé, estoy vestida aún con mi camisón de dormir, pero no podía con esta agonía que sentía y necesitaba hablar con él antes que mis damas me comenzaran a atormentar con preguntas para las cuales no tenía respuesta aún. Me escapé de mi habitación desde muy temprano en la mañana y vine directamente hacia acá. Por desgracia, ya era más de el mediodía y ahora no sabía cómo salir de aquí y llegar a mi habitación en estas fachas. Tal vez cuando termine de hablar con papá le pida que traiga a una de mis damas. Suspiro y abro finalmente la boca.
—Esto tiene explicación.— Digo señalando mi ropa.
— Por supuesto, nunca lo dudé.
Me quedo en silencio y bajo la mirada. Padre se acerca a su escritorio y busca unas viejas cartas. Me acerco a el escritorio y me aclaro la garganta para hacerle saber que aún necesito de su atención. Padre alza su mirada de los documentos que ahora inspecciona.
—¿Qué quieres Zetaree?
— Sabes lo que quiero.
— No, no lo sé. Nunca se lo que pasa por tu cabeza.
— Padre...—Trato de acercarme mucho más, pero mi padre me detiene con un gesto de su mano.
—No Zetaree, esto es indiscutible. Jamás te he pedido nada. Debes entender, es tu deber.