Mihail
En las profundidades de mi mente, donde se forja la maquinaria de la ambición sin límites, se gesta mi obsesión suprema; la conquista total del mundo. Cada pensamiento, cada sinapsis neuronal, está impregnada de un deseo insaciable, una sed que solo se calmará cuando el mundo entero se postre ante mi genialidad.
El estrépito de la grandeza resonando en cada uno de mis cavilaciones, me abstraigo en la visión de un mundo modelado a mi imagen y semejanza. Las fronteras, simples líneas en un mapa que desafía mi dominio, deben ceder ante la expansión de mi influencia.
La intricada trama de mis pensamientos se revela como una obra de arte cuidadosamente elaborada. La táctica es mi forma de expresión, y cada paso está meticulosamente planeado en la constitución magistral de la conquista. Cada país, cada ciudad, cada rincón del planeta debe caer como fichas de ajedrez ante un jugador inclemente.
La obsesión se alimenta de la creencia inquebrantable en mi propia superioridad. ¿Cómo podría el mundo no encadenarse a la mente que supera cualquier límite impuesto por la mediocridad? Mi voluntad corre por mis venas como un caudal incontenible, una fuerza que ansía inundar el mundo con la imparable marea de mi ingenio.
Cada recurso, cada tecnología, es una herramienta que manipulo con destreza para moldear la realidad a mi antojo. Los traidores son meros peones en mi tablero, utilizados y desechados según mi conveniencia. La lealtad es un concepto frágil cuando se está en la cúspide de la grandeza.
Mi aspiración se nutre de la certeza de que el dominio total no es solo una ambición, sino un destino irremediable a la vez que veo como una puerta se clausura sobre mi cabeza. Cierro los ojos y visualizo el momento en que el último hombre con hambre de resistencia se rinde, y el globo terráqueo se convierte en el trono de mi supremacía.
En el laberinto de mis pensamientos, la pretensión de la conquista del mundo es una llamarada que arde, inextinguible. Vuelvo abrir mis ojos cerrando los puños, saboreando la futura rendición de un planeta que, en última instancia, se someterá a la oscuridad de mi genialidad inigualable.
—Quiero que hagan silencio —digo mirando a mi mujer, debido a que necesito estar concentrado—. Z. Zissi contácteme con Sylvan Sinclair —ordeno notando la incredulidad en sus ojos—. Quiero que ubique a Nora Kuznetsova en Berna, ella está guiando a Vilhelm Berzina, así que pronto estarán en este bunker, para cuando eso suceda estaremos en un lugar seguro, aunque si ella realmente sabe lo que significa el símbolo de Providencia, nos esperarán allá...
—¿Cómo...?
—Silencio —interrumpo a mi esposa—. Silencio, pequeña —le digo intentando no sonar incisivo con ella.
—Deberíamos pedirles a nuestros hombres que ataquen —dice desobedeciéndome.
—No es necesario, Eleora, entiéndelo por un segundo, cuando estemos en nuestro destino todos estos peleles quedaran atrapados, algunos debajo de este túnel, otros en la salida, pero ninguno saldrá con vida —afirmo desviando mi mirada al vehículo autónomo que se encuentra en la vía del túnel —. Comuníquese con Circe Bettencourt, se encuentra en Israel, el único país que no está favoreciendo a Vilhelm Berzina, ya que Pavel Mikhailov y Angelo Salvatore se encuentran en ese país desde hace meses —digo a Z. Zissi sorprendiendo a mi mujer.
En un principio, mi exigencia era clara; Pavel y Angelo debían ser eliminados debido a su conexión con Samuil y Avel Mikhailov, los traidores que habían conspirado contra mí. Sin embargo, el juego de las lealtades y las sorpresas estaba lejos de haber alcanzado su fin.
Mi conjetura dio un giro inesperado cuando presencié la decisión de enviar a Pyotr Mikhailov de vuelta a Rusia. En lugar de confirmar mis prejuicios y alimentar mi desconfianza, esta acción provocó una revelación crucial en mi mente, normalmente tan calculadora.
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ESTUPOR
AcciónLibro 3. Sensaciones que matan. Quemados en un éxtasis por el vicio que se tomaron en medio de las sensaciones que queman del placer y heridos en una euforia de emociones que los hizo pedazos por las sensaciones que hieren del amor ahora los caídos...