CAPÍTULO VEINTITRÉS -HECATOMBE

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Mihail

Mi vida se sujeta de la calidez de una mano enguantada cuando todo lo que me rodea se aminora delante de la opulencia que significamos para un mundo arrebatado con los espejismos plantados delante de todos los que querían vernos como perdedores cuando los dos ganamos el día que nos conocimos.

Llevo un aguijón punzante en mi cerebro, que inhibe a mis oídos de escuchar el estrepitoso alud que arropa a una aldea detrás, ya que me encuentro en un apogeo de mi propia destrucción porque uno de mis soportes fue exterminado a través de los disparos que sigo oyendo puesto que se llevaron la vida de mi madre.

Todos los momentos que viví junto a ella me vendan la mirada, ya que el sufrimiento que me causa su muerte germina por mis ojos en mantos acuosos que rememoran las culpabilidades por las que su muerte no debería afectarme, «No sería quien soy hoy si ella no hubiese sido mi madre», por consiguiente, seria desagradecido si no lloro a la sanguinaria mujer que trajo a un sanguinario hombre como yo a un mundo para convertirse en su dueño.

Tropiezo en un escape obscuro por el dolor que se siembra en mi pecho, adormilando mis emociones, aunque una mano aferrada a la mía me estremece más que la corrida acelerada que hacemos juntos porque mi satisfacción como hombre poderoso siempre vendrá de tener a mi lado una mujer poderosa, por ello, he puesto todos mis privilegios a su disposición para que cumpliera su deseo más grande a la vez que yo cumplía con el mío.

Todo lo que hemos hecho para alejarnos fue porque nos estábamos convirtiendo en esclavos de nuestros propios deseos, por eso, rodeados de personas que iban a impedir cumplirlos, decidimos herirnos hasta vernos sangrar para que un juramento en un pacto se pudiera consumar.

Un escape imprevisto hacia una cabaña fue un filo que nos cortó en los pedazos más delicados de nuestro ser hasta hacernos desangrar porque un instinto opresor me puso delante de la decisión tomada por la Organización Mundial de Áreas Mandatarias para mi captura después de presentarles mis planes por medio de los cargos que desempeño, lo cual me turbó tanto la mente que las palabras no las podía pronunciar porque me estaba comunicando con más de cincuenta países a la vez para comprender las iniciativas que debía tomar para oficializar mi mandato.

Usé las informaciones que me dieron el día anterior de Andrei Mikhailov para irme porque los Selectos tenían a Sebastyan Moskalev, aunque la vigilancia que tenía en Brice Lempereur me alertó de su viaje hacia Atenas, a pesar de que su generosidad de llevarla hacia una base corporativa en Francia, me reafirmó mis decisiones de proteger a todas las personas que podían afectar a mis resultados, demandando su traslado, igualmente cómo pedí hacerlo con los demás allegados hacia Moldavia, ya que requería enfocarme en mis pretensiones como ella debía enfocarse en las suyas.

En ese momento tenía a una mujer desnuda pegada a mi cuerpo, una a la que le temo porque me desnuda el alma cuando quedo frente a sus ojos, pero que, sabiendo sus propósitos para convertirse en una emperatriz, no podía arrastrarla a los míos, por ello, la encerré en una cabaña para organizar mis pensamientos a solas porque «Ella es mi distracción favorita».

A pesar que los efectos de un alucinógeno no fueron los esperados porque despertó cuándo terminaba de atar sus manos, aunque su mirada en una provocación libertina, por las piernas que rodeó en mis caderas, me doblegó a su boca porque sabíamos que sería nuestra última intimidad en una enemistad creada para nuestros beneficios.

Su lengua me desconcentró de las decisiones importantes que debía tomar porque me tentó hasta hacerme caer en la entrega de nuestros cuerpos en un acoplamiento que impregnó mis labios de su piel en succiones que marcaron todas sus carnes a la vez que me hundía entre las paredes de su vagina.

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