CAPÍTULO TREINTA - UNÍVOCO III

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Narrador Omnisciente

En la oscuridad de la noche, mientras el mundo duerme en su ignorancia, Eleora Martinelli se siente inquieta, no solo por los movimientos bruscos de las gemelas en su vientre, sino por un presentimiento fatídico que abate sus fuerzas, llenándolo con una sensación de urgencia.

Con cuidado, se desliza fuera de la cama, dejando a Mihail profundamente dormido, lo sabe porque lo mira con ternura abrazado a la almohada a la que se aferra, y sigue el llamado de la preocupación que la guía por los pasillos silenciosos de su casa.

Pasea frente a las puertas de habitaciones de todos los hijos que no llegaron a nacer, pero también de las dos que esperan por las bebés que en dos meses nacerán, aunque al entrar en la habitación de Mikaela, iluminada por su lámpara astronómica que figura el universo en el techo, una sonrisa se dibuja en sus labios, ya que extraña mucho sentir los brazos de su hija rodear su cuerpo.

—Mi bebé grande — susurra Eleora viendo como su cabellera larga está esparcida alrededor de su cuerpo.

Lentamente quita una almohada para acomodarse a su lado, se gira para mirar su rostro y se duerme tranquilizada por la paz que le causa tener a su hija junto a ella, a pesar de todo lo que ha pasado que pareciera que está en un círculo peligroso sin fin.

El sueño la vence por completo, pero reacciona al brazo que se cuela por su costado, abre sus ojos arrugando su frente porque encuentra a su hija abrazando su vientre con fuerza, como si estuviera tratando de proteger algo precioso.

—Madre —susurra Mikaela con voz temblorosa, sus ojos reflejando su inquietud —algo está mal, lo sé —musita porque sabe que su madre está despierta—. Mi padre ha estado usando la Bratva y a esos sicarios rusos genéticamente modificados, para enfrentar la crisis económica que nos afecta.

Un escalofrío recorre la espalda de su madre mientras procesa las palabras de su hija. La gravedad de la situación se despliega ante ella, llenándola de una sensación de vulnerabilidad que rara vez experimenta.

Ha incita a su marido al uso ilegal de recursos para sostener la economía mundial, pero jamás imaginó que le ocultaría que la Bratva volvió a operar, sin que ella, siendo La Madrina de las Mafias del Mundo, supiera los negocios peligrosos que Mihail Mikhailov, su esposo, está realizando.

De inmediato, piensa en la mujer que mató hace 72 horas, los vínculos que creía que había entre los dos empiezan a tornarse en otras alianzas, aunque no se arrepiente de hacerlo, ya que asesinar es otra forma de sentirse satisfecha.

—Tengo que hacer algo —declara Eleora—. No podemos permitir que esta situación nos consuma —susurra girándose para mirarla a los ojos—. Protegeremos a nuestra familia y a nuestro imperio, pero lo haremos de una manera que preserve nuestra humanidad.

—¿Qué harás, mamá? —pregunta Mikaela.

—Pelear, Bellatrix — afirma levantándose—. Pelear con Mihail Mikhailov.

Su hija asiente, divisando fuerza en la postura aguerrida de una mujer embarazada que admira. Eleora sabe que el camino por delante será arduo y peligroso, pero está dispuesta a hacer lo que sea necesario para proteger a los suyos y preservar el mundo que han construido.

«La oscuridad puede rodearlas las veces que quiera, pero ella siempre aprenderá a bailar en medio de ella».

Mirando a su hija sale de su habitación para retornar al lado de su marido, en el silencioso aposento matrimonial, Eleora observa con ojos inquietos mientras Mihail se encuentra sentando en el borde de la cama con la mirada puesta en ella.

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