Eleora
En lo más profundo de mi ser, en un lugar que he vivido sumergida por muchos años de mi vida, surgen pensamientos como corrientes subterráneas, reflexiones constantes sobre los sacrificios que he tenido que hacer y el mal que, de alguna manera, ha sido parte de mi historia. Soy Eleora Martinelli, una mujer que ha soportado cruelmente los sufrimientos de la supervivencia. Aunque mi camino ha estado marcado por acciones oscuras, me enfrento a mi propia dualidad de ser y estar porque a partir de ahora ya no aparentaré.
Cada paso en esta vida ha sido una negociación entre la luz y la oscuridad. Los sacrificios se han convertido en compañeros de viaje, una carga que he llevado con la esperanza de un futuro mejor. Sin embargo, no puedo ignorar que, en ocasiones, la victoria se ha forjado con las herramientas de la dureza que la vida misma trae consigo.
El mal que he causado, ya sea consciente o inconscientemente, me persigue como un cazador imparable. No puedo negar mi participación en los juegos de poder y en las decisiones que han afectado vidas, incluso cuando han sido tomadas en pos de la supervivencia. Aceptar mi propia naturaleza malévola es satisfactorio, pero también me otorga una perspectiva única sobre la complejidad del alma humana.
Ahora, al ver el reflejo de mi propia maraña de oscuridad en las risas y los ojos brillantes de mis hijas, Mikaela, Maya, Mila y el pequeño Mishenka, siento una extraña sensación de justicia divina. ¿Acaso están destinados a caminar por el mismo sendero que yo? ¿O quizás, con la riqueza de experiencias que les hemos legado, podrán trazar un rumbo diferente? Es en esta encrucijada de reflexiones donde encuentro una extraña paz.
Puede que mi historia esté marcada por momentos en los que la muerte estuvo presente en cada segundo de mi vida, pero en la vida que mis hijos representan, vislumbro la posibilidad de un mañana diferente. Como aseguradora de su crecimiento, me quedo en esta posición, observando cómo cada uno de ellos se prepara para administrar el legado forjado en las luchas que Mihail Mikhailov y yo enfrentamos para llegar hasta este lugar.
Aun cuando, en la dualidad de mi ser, Eleora y Minerva, sigo encontrando la paradoja de la redención y la perpetuación de un linaje que lleva consigo las cicatrices de su historia.
Ver a Mikaela convertirse en una niña de 9 años es un regalo diario, un recordatorio constante de la fuerza que emana de su espíritu. Cuando nació, temí lo peor. Una anomalía en sus pulmones amenazaba su vida, y el miedo de perderla me embargó desde el primer momento.
Sin embargo, Mikaela Mikhailova no es una niña común, y eso lo entendió desde muy temprana edad. Su capacidad para cuidarse a sí misma me llenan de un orgullo que no cabe en palabras. Ha enfrentado la adversidad con una valentía asombrosa, superando obstáculos que podrían haber derribado a cualquiera.
La vida le ha lanzado desafíos difíciles, pero ha respondido con una resiliencia admirable. Cada vencimiento a la muerte es una victoria que celebramos juntas. Y mientras la veo crecer, aprendo día a día a amarla en todas sus versiones.
Mi niña, mi Bellatrix, con su esencia única, siempre será mi predilecta. Su espíritu intrépido y su enfoque sin miedo de la vida son rasgos que la hacen excepcional. Aunque no necesito profundizar en los detalles de su condición heredada de su abuela Galya Moskaleva, aprendí a aceptar y amar cada parte de ella, incluso aquellas que lleva en su herencia.
La conexión entre madre e hija va más allá de las circunstancias, y con cada paso que da Mikaela, encuentro una nueva razón para admirarla, sobre todo para amarla. Su fortaleza me fortalece a mí. En su existencia, veo la prueba de que el amor puede superar incluso las sombras más profundas.
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ESTUPOR
AcciónLibro 3. Sensaciones que matan. Quemados en un éxtasis por el vicio que se tomaron en medio de las sensaciones que queman del placer y heridos en una euforia de emociones que los hizo pedazos por las sensaciones que hieren del amor ahora los caídos...