Cap. 11

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Después de un largo día de viaje, sin ningún inconveniente, llegaron por fin a los límites del Reino de Lotos. La noche los cubrió con un espeso manto que hizo que sus instintos se encendieran. Acercándose más uno a otros, avanzaron con pasos lentos.

El puente que los dividía del Reino de Lotos fue visible, así como las luces parpadeantes del pueblo cercano. Pero había algo en el aire, algo que se sentía peligroso.

Mientras subían al puente, se sintieron observados, su guardia estaba activa, su postura lista para saltar a defenderse o atacar.

La brisa demasiado fuerte y fría, sacudió todo a su paso, las anchas hojas de los nenúfares salieron disparadas fuera del lago, acompañadas con gotas de agua que se sentían como gotas de fuego.

Los guardias fueron rápidos, un domo protector los cubrió, mientras los caballos eran calmados.

En medio del puente se sintieron rodeados, las luces que se divisaban a la distancia se apagaron una por una, y el fétido olor invadió la barrera.

Un ataque a la barrera, seguido de otro, y luego de otro, sus ojos se adaptaron a la oscuridad, sus armas listas para ser usadas, y esferas de luz encendidas para ver a su enemigo que parecía ser invisible.

Li compartió mirada con Cheng, y Cheng con uno de los hombres de Shenta. Una estrecha brecha fue hecha en la barrera, el látigo de Li se volvió tan fino como una serpiente bebé, y salió disparado justo a tiempo para encontrarse de frente con el ataque del desconocido enemigo, mismo que dejo salir un grito que lastimo sus oídos, y siendo visible para ellos.

¡¿Qué demonios es eso?! —uno de los guardias exclamo.

El momento de sorpresa acabo, cuando por no tener la guardia activa la barrera sucumbió ante otro ataque. Estas desconocidas y extrañas criaturas podían atacar en manada.

No queriendo luchar siempre en oscuridad, algo que claramente le daba desventaja, Shenta disparo esferas de energía al cielo, mismas que se mantuvieron flotando no a mucha distancia. Teniendo una idea, Li dirigió su látigo a estas, provocando que explotaran, su estallido fue ruidoso, y chispas cayeron como si lloviera fuego. Esto no solo deshizo la invisibilidad de las criaturas, sino que dio la alarma para que en el reino supieran que los tan esperados refuerzos habían llegado.

El tiempo avanzo a pasos lentos, el grupo hizo todo lo posible por permanecer unido, llevando una sincronía envidiable. Este equipo era uno con Shenta, no era extraño que se complementaran entre ellos, lo extraño era que Li y
Cheng estuvieran en la ecuación.

En algún momento de la noche, algunos guardias de Loto se les unieron. Luchando sin descanso los encontró el amanecer, tomándolos por sorpresa, y permitiéndoles observar con un poco de más claridad a sus enemigos, mismo que se evaporaban a segundos de ser tocados por los rayos de sol.

Shenta y Li unieron sus miradas inconscientemente, ambos tenían el mismo pensamiento, mismo que causaba un gran desasosiego.

Fueron dirigidos hacia el Palacio Flotante, ubicado en medio del Gran Lago de Lotos Sagrados, sitio alrededor del que se fundó el Reino de Lotos, y al que claramente debía su nombre.

Ni Li ni Shenta habían visitado este reino, pero habían escuchado historias sobre el: se supone era un reino hermoso, de bellos y elegantes habitantes que parecían sacados de cuentos de hadas; había pequeños lagos por donde quiera, repletos de nenúfares, muchos en floración perpetua; el olor salado del mar, la brisa siempre fresca, las decoraciones coloridas, la abundante vegetación, las calles animadas, la suave melodía siempre presente, el ambiente relajado y animado.

Pero nada de lo que veían ahora se parecía a lo que habían escuchado: las calles lucían sombrías, no había flores acuáticas ni terrestres, las plantas marchitas, un desagradable olor acompañado por el helado viento, las aguas se percibían negras; el Reino de Lotos estaba destruido.

El palacio que se supone debía ser brillante estaba opaco, la familia Yara, familia real, le dio la bienvenida: Yara Etom, el rey, se veía mucho más viejo de lo que era, y por su apariencia, también estuvo luchando hasta el amanecer; los príncipes también se veían agostados; incluso la princesa, que Shenta reconoció enseguida, pues era sabido que la Princesa Zuli, era la consentida del reino, la más pequeña de sus hermanos, la única fémina, sobreprotegida y adiestrada por estos.

Claramente ella también estuvo luchando, pero conservaba esa belleza que muchos alababan. Para Li ese momento de fascinación no paso desapercibido, sintiendo algo agrio irritar su estómago, se forzó a sonreír.

El Diario de una Reina AmadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora