Cap. 31

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Era la peor sensación del mundo, como si te rompieran cada hueso al mismo tiempo, su sangre ardía, una gran cantidad fue escupida, las fuerzas la abandonaron, sus rodillas produjeron un sonido sordo al chocar con el suelo, la pelea a su alrededor se detuvo, todas las miradas estaban sobre ella y su dolorosa expresión. Sus manos temblorosas se colocaron sobre su abdomen, sobre aquel lugar que ahora se rompía, podía escucharlo, como se desintegraba, como la energía espiritual al no tener donde agruparse se regaba por su cuerpo, quemando todo a su paso desesperado.

No solo sangraba por la boca, su nariz, sus oídos, e incluso sus ojos estaban rojos, mientras la caliente sangre escapaba de ella, el grito que no escapo de su boca se reprodujo como un eco incesable en su cabeza. Ya no vio, ya no escucho, no hablo, solo podía sentir el inexplicable dolor que la invadía.

Aquello que había formado con tanto trabajo por tantos años, aquello por lo que se orgullecía, se rompía tan fácil.

—Guepardos ha perdido su segundo pilarte, nuestros adversarios han perdido una pieza demasiado importante. Solo es cuestión de tiempo, los vencedores seremos nosotros.

Estas fueron las últimas palabras de aquel hombre, quien se desintegro en medio de la oscuridad, dejando a las hienas terminar lo que había empezado.

Con su ausencia, los de Wanna por fin pudieron salir de aquella niebla que los desoriento, y pudieron dar con la lamentable situación de la comitiva de Guepardos.

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Shenta arrojo al suelo todo lo que había sobre su escritorio.

—Tienes que calmarte, en un momento como este necesitas tener la cabeza fría —Kun acababa de llegar, los ojos inyectados de sangre de Shenta parecieron perforarlo.

Pero aun así esté dio dos pasos hacia atrás, dejándose caer sobre su asiento, su mano descansando sobre el brazo de este, y escondiendo sus ojos detrás de su palma. Se sentía tan impotente ahora mismo, tan furioso.

—Lo que ha pasado no ha sido tu culpa —como si pudiera leerle la mente, Kun le dijo lo que sabia le estaba atormentando.

—¡Claro que es mi culpa! Nunca debí dejar que se fuera, yo sabía que estaba herida, sabía que podían atacarnos en cualquier momento, ¡debí de haber prohibido su salida de Nir! —sus puños golpearon su escritorio, rompiéndolo —Es mi culpa que este así, todo esto es mi culpa.

Sus ojos no derramaban lágrimas pero era claro que su alma lloraba.

Estaba furioso con sus enemigos, pero más furioso estaba consigo mismo. Li casi moría, y estaba más que seguro que cuando despertara, desearía estarlo, estaba seguro que aunque su cuerpo había sobrevivido su alma había muerto, y él no tenía la cara para mirarla cuando abriera los ojos de regreso a este infierno.

El Diario de una Reina AmadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora