Pasado III

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Usualmente me siento en las piernas de Jeremy cuando está jugando, pero cuando se sentó en la silla pude ver un gesto de dolor. Así que no me quedo más remedio que buscar otra banca y sentarme junto a él. No acostumbramos a estar alejados, nuestra unión viene desde la matriz de nuestra madre.

—Por favor, Jeremy, vamos a jugar afuera —tiro de su brazo y trato de apartarlo del escritorio.

—Pequeña, un momento, quedamos en que me ibas a dar unos minutos —mueve el mouse con rapidez y presiona una combinación de piezas en el teclado— ¡Toma eso! —alza sus manos en victoria.

Yo soy buena jugando voleibol y Jeremy es bueno en los videojuegos. Cada uno tiene sus formas de distraerse, de escapar del infierno de Vince. Él me apoya y yo a él, siempre nos cubrimos las espaldas.

Recuerdo que cuando Vince atrapó a Jeremy usando la computadora sin su permiso, los golpes que le dio fueron terribles, tuve que verlo sin poder sentarse por días, recuerdo que estuve masajeando su espalda para que pueda conciliar el sueño y sobre todo el dolor que me causo verlo en ese estado, prefería el daño físico que sentimental. Por eso mismo, busque a Vince e hice cualquier cosa para qué se desquitará conmigo, voluntariamente me entregué para que Jeremy se curará.

Nos apoyamos, cada uno está bien con su escapada del infierno. Sin embargo, hoy necesito salir afuera, jugar con la pelota, ganarle a Jeremy y sentir la satisfacción de ser buena en algo.

Ayer Vince, mi lamentable padre, me hizo arrodillarme sobre tapas filudas de botellas. Quisiera poder excusarlo, pensar en algo en su favor, pero su ira se desencadenó porque perdió no gano en un bingo. Recuerdo el día que me preguntó que cartilla debía escoger, recuerdo mi emoción al pensar que piensa en mí, recuerdo mi corazón palpitando con esperanza, recuerdo mi emoción al decir mis números preferidos. Sin embargo, debí saberlo, debí pensar mejor mi respuesta.

Ayer me la pasé culpándome, pero Jeremy calmo mi sollozo y me recordó que el único mal aquí es Vince. Por un momento me perdí y Jeremy me trajo de nuevo a la vida.

Es nuestra rutina.

Nuestro escape.

—¿Es el campeonato? —pregunto.

—Si, princesa —pone una mueca triste.

—¿Qué pasa, Jemy?

Sacude su cabeza y se levanta, me tiende la mano y la acepto sin dudas.

—Nada ¿Lista para los panamericanos, pequeña?

Mi sonrisa irradia el lugar.

—¿En serio crees que podría lograrlo? —Jeremy guía el camino mientras que yo lo miro con admiración.

Admiro que crea en mí. Puede que seamos mellizos, pero Jeremy siempre ha sido más que yo. Él no suele llorar al frente de papá, yo lo hago en el primer golpe. Él es más alto, más inteligente, fuerte y su apariencia no es como el de cualquier niño de nuestra edad.

Jeremy parece ser mayor de edad ¿Serán los golpes qué lo han llevado a madurar en todos los aspectos? No lo creo, yo sigo pareciendo un ser frágil, inocente. Tal vez por eso lo veo como mi caballero de armadura y él como la princesa que debe proteger.

No sé que haría sin él.

Bien dicen que el infierno puede parecer el mismísimo cielo si estás con la persona adecuada.

Cuando llegamos al parque cerca de nuestra casa y mis manos tocan el balón, dudas me invaden.

—¿Y si llega temprano y no nos encuentra? —mi voz tiembla.

Enséñame: La adicción de AdriánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora