18| Mentira piadosa.

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Ashley Wood

Estoy en un debate interno sobre pedir permiso a mi madre para ir a la fiesta de Karla o solo dejarle un mensaje pegado en el refrigerador. En cualquier otra ocasión no dudaría en tomar la última opción, sin embargo, no estamos hablando de cualquier fiesta de libertinaje, es el cumpleaños de mi amiga. Es complicado. Si pido permiso y fallo estoy muerta, me vigilará como un Alcón dejando así que la oportunidad de escapar se vuelve un sueño, por otro lado, si optó por la opción más fácil, no dudo en que me buscará hasta debajo de las piedras.

—¿En qué piensas?

—En como pedir permiso para lo de Karla.

—¿No sabes hablar?

—Estoy en un momento delicado con mi madre, no es sencillo, Adrián.

—Pero es del equipo de Voleibol y tu amiga ¿Crees qué no te dejará ir?

—Por algo mi preocupación —pronuncio con obviedad— ¿Ya terminamos?

—Termina los ejercicios y ya.

Asiento y me apresuró en resolver. Una vez listo le tiendo el cuaderno a Adrián para que verifique el procedimiento.

—Has mejorado mucho, me alegro. Era tedioso verte sumar con los dedos —le muestro mi dedo medio.

—Pensaba que me veía tierna.

—No hay nada tierno en la brutalidad.

—¿Me has dicho bruta? —esta vez si me ofendo.

—Lo eras, ahora ya no tanto. Deja de poner esa cara y agradece que te saque de la ignorancia.

¿Cómo se atreve? Con rapidez me levanto de su escritorio y voy a por él, como una leona cazando a su venado. Ok, soy consiente que no soy buena con los números, pero tampoco es para tanto, he aprendido rápido, lo sabe, lo que está mal es el profesor Price yo no. Cuando estoy a pasos de su anatomía, me lanzo contra él terminando tendidos en la cama. A veces me preguntó porque no estudiamos en su sala, pero en estás ocasiones, cuando estamos cercas uno del otro, cómodos y el ambiente listo para una explotación sexual, lo entiendo todo, muy en el fondo lo sé y por ello tampoco decía nada al respecto.

—Rectifícate —ordeno.

—¿O qué? —desafía con un brillo particular en los ojos.

Me da coraje que no me tenga miedo, mis  manos van hasta sus costillas y muevo mis dedos tratando de sacarle risas, pero no lo logro, su mirada sigue expectante, ni siquiera hay una señal de que se esté aguantando.

—¿Cosquillitas? ¿Es todo lo que tienes? —no, podría dejarte empapado por mi, pero prefiero no jugar con fuego.

No me rindo, mis manos recorren todo su cuerpo buscando algún punto débil, la sonrisa se me va poco a poco. Imposible ¿Cómo no va tener cosquillas?

—¿En serio?

—Debes buscar mejor —sugiere enmarcando una ceja.

Estoy consiente de nuestra cercanía, su brazo me rodea y mi pierna izquierda está encima de su cuerpo. No me incómoda, mi enfoque total está en encontrar su debilidad. Dejo de manosear sus pantorrillas subiendo hasta su pecho. Lleva un polo de algodón negro que le queda fenomenal ¿A estado ejercitando? Sus brazos se sienten duros no hay ninguna pizca de flacidez. La diversión se me va y sin querer empiezo a sentir un cosquilleo en mi vientre seguido de un bloqueo en mi garganta.

—Tus pupilas se han dilatado. —informa— Te ves salvaje.

—¿Te gusta?

Levanto mi cabeza chocando miradas. No soy la única que se está sintiendo rara, lo noto, hay cierta complicidad desde el día uno.

Enséñame: La adicción de AdriánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora