Capítulo 11

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Venezio

Apreté el volante entre mis manos y volteé a mirar a Astraea. Estaba acurrucada, de lado y abrazada a su propio suéter.

Sentía la necesidad de consolarla, pese a no estar a mi alcance palabras necesarias para hacerlo. Me apenaba su situación, porque me recordaba a la mía y de alguna forma, aún conociendo como funcionaba todo este mundo de la fama, me sorprendía lo maravillosa que se veía su familia en cámaras cuando detrás de éstas era lo contrario.

—Creo que hemos llegado.

Saqué las llaves, tras estacionarme. Noté que no me contestaba, así que me acerqué un poco a ella para tocar su hombro y moverla despacio.

—Astra —Llamé —. Está por venir una tormenta. No puedo quedarme tanto, necesito volver.

Observé sus expresiones, aunque apenas podía distinguir su rostro por la falta de luz. Había estado durmiendo en el camino, luego de llorar un largo rato. Sus ojos estaban hinchados y sus labios se curvaban en un puchero inconsciente entre la tristeza, las fuerzas de retener el llanto y el cansancio que debía tener. Me pareció adorable.

Aún no había tenido tiempo de procesar todo lo ocurrido. Ni que había sido reclamado por ella, por querer usarla a su amiga, ni que tuve que entrar y presentarme a su madre como su pareja en serio o que de verdad la consolé en el piso del baño de la casa.

—Está muy feo afuera —Susurró, su voz estaba ronquita.

—Sí, viene tormenta —Repetí.

Ambos habíamos bajado del auto. Miré su casa mientras esperaba que abriese la puerta, estaba algo torpe del sueño.

—Astraea, ¿quieres darme para que abra yo?

Se volteó a verme y frunció su ceño.

—Solo he tardado medio minuto, impaciente.

Empujó la puerta y me cedió paso, luego siguió ella por atrás. Me llegó de repente olor a vainilla, ella olía a vainilla siempre. Lo noté cuando la besé en la alfombra roja.

A pesar de que la relacionaba a alguien de muchos colores, la decoración era tranquila y de colores beige, blanco y negro. Todo perfectamente acomodado, minimalista y calmo para la vista.

No sabía qué hacer, crucé mis brazos y me recargué contra la pared mientras la observaba sacar dos vasos de su alacena.

—¿Quieres algo para tomar? —Me miró y ladeó su cabeza, su flequillo cubrió parte de su ojo por esa acción —. Y no alcohol, no después de esa vez.

Esbocé una sonrisa y sacudí mi cabeza en negación.

—Agua está bien.

—Que aburrido, yo pensé que me pedirías jugo —Abrió su heladera. Vi un montón de jarras de distintos colores —. Tengo de uva, de frutilla, sandía, manzana, naranja...

—No me gusta el jugo.

Se frenó de golpe, me miró indignada y ya no fueron dos vasos, sino cinco.

—Porque no probaste el buen jugo.

—De verdad que no me gusta —Rechacé.

—No, pruébalos o dejo la película —Amenazó, alcé una ceja y ella sonrió dulce —, es broma, pero igualmente pruébalos, porfi.

Frente a mi vertió todos los distintos gustos entre los vasos. Apoyó sus manos sobre el borde de la isla de su cocina y recargó su peso ahí, mientras me miraba expectante. Yo avancé hasta quedar enfrentado a ella y me senté en una de sus banquetas.

El arte de enamorarse [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora