EXTRA SAN VALENTÍN

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EXTRA. Ajeno a los conflictos entre Venezio y Astraea, esto pasó antes.

Muevo los pies con gracia sobre el suelo de madera pulida, dejándome llevar por la melodía que invade la sala. Me observo en los espejos que rodean todas las paredes, siendo la única en el estudio de baile puesto que así lo había querido cuando pedí la hora.

No tardo en quitarme la campera, el ambiente se vuelve cálido conforme intensifico el entrenamiento. Estoy practicando para la escena final, y para eso necesito tener un buen ritmo.

Me sumerjo en el baile, ignorando por un momento los problemas que tengo con mis padres, con lo que fue Logan y todo lo que ocasionó en la prensa. Solo soy yo y la música, que me tiene distraída.

Cada movimiento es fluido, cada giro es una libertad de expresión y pasión, hasta que volteo hacia la puerta y mi mirada recae en un pelinegro que conozco demasiado, apoyado sobre una de las barras de estirar y de brazos cruzados.

Siento mi corazón latir con fuerza, estoy segura que ya no es por el baile, si no por nuestras miradas unidas.

—¡Me vas a dar un infarto! —Rompo el silencio riendo —, ¿qué haces aquí? ¿Cómo sabes que vengo aquí?

—Me lo dijiste tú —Avanza a mi dirección, retrocedo por inercia —, pero eres tan charlatana que no prestas atención ni a lo que dices.

Estira su brazo a mi dirección, atrapándome por la cintura para evitar que siga alejándome. Se inclina, alcanzando mi mejilla para dejar un beso ahí y otro en la comisura de mis labios. Intento correr mi cara, buscando que su boca impacte sobre la mía, pero parece consciente de mi accionar y por eso se aleja con una sonrisa pícara.

—Buen día, colo.

—Buen día, mal humorado. ¿Qué tienes para contar hoy?

—¿Para contar? —Se mofa —, nada. Para ver, demasiado, así que ya puedes retomar el baile.

Con su mirada busca una silla, la cual encuentra en segundos. La acerca a un costado y toma asiento, mientras se desabrocha los primeros botones de su camisa y los de su manga, a la vez que continúa aflojando su corbata.

El azul de su mirada es intenso, muy intenso. Me siento perdida, atontada, absorta en él y podría inclusive mantenerme así por horas sin problema. No la despega de la mía, me reta a través de ella y por ello me apresuro para no darle el gusto de intimidarme.

—¿Quiere verme bailar, director?

—Sí —Afirma —, quiero verte bailar, distraerte y feliz.

Echo mi cabeza hacia atrás al reír, me duelen las mejillas y seguramente estoy ruborizada.

—Me da vergüenza que me veas.

—¿Por qué? —Chasquea su lengua, mirándome cuan niño caprichoso —, no me hagas irme.

Acorto nuestra distancia para pararme frente a él. Tomo sus manos y muevo mis caderas, a la vez que eso hace que sus brazos se muevan y esté "bailando" conmigo.

—¿Por qué viniste? ¿no tenías mucho trabajo?

—Sí —Exhala pesado —, pero estoy cansado y quería verte.

—¿Verme? —Entrecierro los ojos, deposito sus manos en mi cadera y continuo moviéndome torpemente —, ¿soy su distracción, director?

Remoja sus labios, como si quisiera contener la sonrisa que finalmente termina rebelando con pesar. Me vuelvo a recordar que verlo sonreír es una de las cosas por las cuales agradezco estar viva.

—Eres lo que extraño cuando estoy ocupado y sin ti —Corrige —. Especialmente cuando tengo que hacer papeleo aburrido y me arrepiento de no haber aprovechado más tus charlas intensas y sinfín.

El arte de enamorarse [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora