Capítulo 22

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Venezio

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Venezio

Se supone que debía ser yo quién distraiga a la colorada de los problemas que la abrumaban, sin embargo, era ella quién me mantenía distraído a mí; la producción deja de preocuparme todo este tiempo que la mantuve a mi lado.

Mis dedos se enredan entre su cabello colorado, soy consciente de que está exhausta y su respiración pausada me lo recuerda. Está recostada sobre mí, ninguno dice nada al respecto y aún así sigue siendo un silencio cómodo.

—¿Lo hice bien?

Su pregunta me desconcierta y por eso frunzo el ceño en respuesta. Astraea levanta su cabeza y ahora sus brazos se apoyan en mi pecho, por lo que ella toma altura para mirarme bien.

—¿A qué?

—Bobo —Muerde su labio inferior con pena —, ¿a qué más?

—¿Follarme?

—Sí...

Ella y sus vergüenzas.

—Si, Astra, lo has hecho muy bien.

El silencio reina por unos instantes, la noto pensativa y yo no interrumpo para nada sus pensamientos por lo que permanezco observando su perlada piel teñida de un color rojizo intenso en algunas zonas y sé que fueron a cause de mi agarre durante el sexo. Pensarlo me acelera el corazón y por eso busco la calma, porque de lo contrario tendría una erección presionando contra la colorada.

—¿Mejor que Zaira?

—¿Zaira? —Dejo de acariciarla —. ¿Qué tiene que ver Zaira en lo que hacemos?

—Que ella te gusta.

Aprieto la mandíbula, impidiendo el pase de las palabras que me gustaría soltar en un accionar impulsivo.

La inseguridad de la colorada me pesaba y yo no era padre ni madre de nadie para andar cargando problemas ajenos, por lo que me senté en la cama y busqué dónde había dejado dispersa las prendas de ropa que me correspondían.

—No lo niegas.

Continúa insistiendo, pero no contesto. Al contrario, le doy la espalda mientras batallo con los botones de mi camisa. Astraea se interpone, en su perfecta desnudez, y detiene el movimiento de mis dedos por lo que la camisa queda a medio atar.

—Te estoy hablando.

—Sé que me estás hablando —Contesto —, y yo te estoy ignorando porque no quiero contestar.

—¿Por qué tienes que ser tan terco y complicado?

La colorada chasquea su lengua con notoria molestia y la expresión adorable que forma al fruncir su ceño y apretar sus labios me arrebata una sonrisa.

—No hagas así con tu boca.

—¿Así cómo?

—Eso —Señalo con mi mentón sus labios —, ese puchero de mocosa.

El arte de enamorarse [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora