Capítulo 31

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Venezio

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Venezio

La cabeza me duele de sobremanera, me encuentro irritado y cualquier movimiento, sonido o lo que fuese me altera más. La medicación que estoy tomando, y que es más que la ultima vez, me tiene atontado.

Me frustra, me siento fuera de mí. Como si estuviera encerrado en un cuarto, ajeno a los demás, pero al mismo tiempo estoy frente a ellos. Es extraño, es como estar y no. Es algo como estar aturdido, drogado, desconcertado. Y odiaba esa sensación de ser sedado, odiaba la vulnerabilidad que sentía en esta posición. Como si no era yo; aunque justamente esa era la idea, ser lo menos posible yo porque ahora mismo soy una amenaza para mí mismo ¿no?

Estoy triste. Y molesto.

Y eso me tiene enojado, porque no me gusta estarlo y que esa sensación de angustia me abrace más de lo debido.

Aún seguíamos en Florencia, las grabaciones se atrasaron unos días y las redes explotan con noticias y rumores sobre mí y mi recaída. Le pedí a Astraea que no busque, que no indague en ellas porque no quería que se enterase de cosas que no eran ciertas y que en parte sí. ¿Por qué me importaba? Joder. Mis preocupaciones tendrían que estar en el film, en como Veronica Jones me está pasando, puesto que su película se estrenaba en unos días, en como yo aún no terminé la mía, en las promociones y todo ese lío con Zaira y Lucyan pero la realidad es que ahora no quería que Astraea supiera cosas de mi pasado que yo no le había contado. Nuestro stunt termina en menos de un mes y luego pasaríamos a desconocernos, a haber sido simples colegas que se reencontraran en este mundo del cine más de una vez, pero no como lo hicimos antes.

¿Qué me interesa lo que piense de mí?

—¿Vene?

La colorada se sitúa a mi lado, trayéndome a la realidad. Había dejado el hospital la noche anterior, tampoco es que necesitaba estar internado. Había sido una recaída y necesitaba estar monitoreado, luego se charló el tratamiento y aquí estaba, en mi casa, frente a un saco de boxeo quieto, porque en la ultima hora no hice más que apoyar mi frente en él y pensar.

La miro esperando que hable.

—¿Por qué estás así de quieto? Se supone que a un saco de boxeo se lo golpea, no se lo abraza... —Susurra, como si tuviera miedo de preguntar por mi posible reacción, pero al mismo tiempo intenta bromear —, ¿en qué piensas?

—En todo —Soy honesto.

Ladea su cabeza, con esa mirada celeste azulado que me desconcierta, me aleja del mundo un rato. El salpicado de sus pecas se concentran en esa respingona nariz que muero por apretar, o por ver ese gesto que hace al arrugarla cuando algo le disgusta o le da mucha gracia. Espera que hable, pero me tomo mi tiempo antes de volver a hacerlo porque no sé como explicar el desorden de mi cabeza.

Despeino mi cabello con frustración y luego desciendo la atención a mis nudillos, hay una venda blanca que cubre mis manos para cuidar la técnica al golpear. Continuo sin hablar, al contrario, descargo el primer golpe contra el saco y el ruido resuena en el espacio. Astraea pestañea, pero no se inmuta y la observo de reojo.

El arte de enamorarse [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora