Capítulo 21

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Astraea

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Astraea

Siento tanto frío, las manos me tiemblan y estoy tensa en mi lugar. Sé que todo mi cuerpo dolerá en unas horas por el sobreesfuerzo, pero no puedo contener ni ocultar el miedo que me invade.

Aún no tengo noticias de mi madre, no me han dejado verla todavía y llevo horas sentada en la silla de este friolento hospital. El reloj frente a mí marca las tres de la mañana y yo no puedo hacer más que repasar los hechos en torno a mi madre; ¿he sido yo la pésima hija?

Mientras la culpa me carcome, el ruido del exterior me distrae momentáneamente cuando distingo que es la voz de Venezio la que está oyéndose.

—Por favor, solo les pido un poco de respeto —Alza la voz para ser oído.

—¿Es tu culpa que la madre de Astraea esté internada? —Preguntan.

Cierro los ojos con fuerza para impedir el escape de las lágrimas.

—No es culpa de nadie.

—¿Astraea le ha dado complicaciones a su madre? ¿No piensas que es su culpa por querer rebelarse?

—¿Tú quieres que yo te arruine tu trabajo? —Espeta molesto Venezio —, porque alzo el celular y se te acabó la carrera, ¿me entiendes?

—Estoy haciendo mi trabajo...

—¡Trabajo una mierda! Les pedí bien que se vayan, que respeten que estamos en un hospital y vienen a hostigar.

Estoy parada al final del pasillo. Sé que los periodistas no me ven, pero Venezio si y cuando cierra la puerta en la cara de ellos y se voltea para dirigirse a mí, la expresión dura de su cara se relaja para mirarme con pena. Acelera su paso a mi dirección mientras me derrumbo en un llanto desconsolado.

—Yo te sostengo, colorada.

Su susurro se ahoga contra mi cabello. Son sus brazos cálidos los que me envuelven y me aprietan a su calor, como si supiera que lo único que necesito es escapar de la soldad y la culpa que me consume pese a ser él partícipe de mi culpa.

—¿Por qué es mi culpa?

—No es tu culpa.

—¡Lo es!

—Astraea —Él me separa de su cuerpo para obligarme a mirarlo —, eres una adulta que debe tomar decisiones de adulta e independizarse. Apartarte de tu madre para seguir tu camino no te hace culpable de lo que suceda, entiende que cargar con algo que no te corresponde no es tu culpa.

Su mano acaricia mi mejilla y luego aparta de mi rostro unos cabellos rebeldes. Esboza una sonrisa triste y le devuelvo el gesto con la misma intención.

—Te traje abrigo y café, pero el café debe estar frío ya así que busquemos otro.

Deposita el vaso a un lado y luego toma una campera de él, y lo sé por el aroma a su perfume, para rodearme con ella. Es Venezio quién me la coloca, siendo cuidadoso al pasar cada manga por mis brazos y agradezco su accionar, porque me siento desganada incluso como para colocarme abrigo aunque esté temblando del frío.

El arte de enamorarse [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora