Capítulo 34

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Astraea

Las manos me duelen por estar apretándolas con firmeza contra mis muslos, en búsqueda de disipar los nervios que me producía la tensión en el ambiente.

Venezio insiste en ser quién maneje y por eso es su auto el que estaba a nuestra espera. Le comunico a mi chofer que no es necesario esperarme y subo de copiloto. Su perfume me invade y el hecho de que él evite mirarme me ocasiona una presión en el pecho incapaz de quitarme.

—¿No me dirás nada? —Murmuro insegura.

El pelinegro no contesta, intenta ver cómo pasar a la prensa que se interpone en nuestro camino. No puedo evitar tener el ceño fruncido, me disgusta como estoy quedando frente a los paparazzis; "La novia de Venezio Zalone no sabe nada de él, ¿qué clase de persona es?".

—Me estás dejando mal, Venezio —Expreso nuevamente en voz baja —. ¿Podrías contestarme al menos?

Venezio sigue sin contestar. Su semblante es serio, su mandíbula tensa se luce aún más y escucho los murmullos de la prensa sobre qué está pasando. Aprieta el volante con fuerza, puedo divisar las venas de sus manos por la presión ejercida; parece molesto.

—¡Dime algo, joder! ¿Rehabilitación por drogas, Venezio?

—Bésame.

—¿Qué?

Me quedo paralizada cuando se voltea para sujetar mi rostro entre ambas manos y estampa nuestros labios. La respiración se me atasca y estoy demasiado conmocionada como para reaccionar, pero él lo disimula.

Y de pronto entiendo por qué lo hizo. Las cámaras, las prensas, su imagen. No podría tener que soportar que ahora también tiene problemas de "pareja".

Los ojos me pican con las lágrimas que retengo y me acomodo tomando distancia de él en lo que Venezio conduce, alejando a los paparazzis. Me limpio los labios con el dorso de mi mano y siento sus ojos en mí.

—¿Te acabas de limpiar mi beso? —Su voz sale baja.

Evito mirarlo, de todas formas, él lo viene evitando desde que subimos al auto.

—Sí —Afirmo —, no me gustó.

—Era necesario.

—¿Para quién? ¿para ti? —Giro mi cuerpo en su dirección —. ¿Tu imagen? ¿la prensa? ¡sé honesto conmigo de una vez!

—Por Dios —Aprieta los dientes —. Entiende que esto no es Disney, Astraea, que aquí lo que opinen de ti tiene peso, demasiado peso. Si sumaban también que nosotros dos...

—Sí, entiendo, la promoción —Río con ironía —. ¿También tiene peso que yo me haya enterado delante de la prensa tus adicciones?

Venezio, cuyos puños estaban apretados contra el volante, se negaba a mirarme a la cara. Estaba avergonzado y reconozco que estoy siendo hiriente, por lo que respiro hondo y dejo ir la tensión. Me duele sentirme alejada, el simple hecho de pensar que me abandone o que no sea lo suficientemente importante y confiable.

—¿Por qué no me contaste?

—No hay nada de qué hablar, déjalo de una vez, Astraea —Escupe cargado de frustración.

Insisto.

—No puedo dejarlo ir así porque sí, Venezio. Somos un equipo, podemos ayudarnos y yo...

El pelinegro me interrumpe fijando al fin sus ojos azules en mí, sin embargo, están cargados de lo que distingo odio, ira y desesperación. Su respiración es arrítmica, al igual que la mía.

El arte de enamorarse [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora