Capítulo 13 (+18)

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Astraea.

Jadeé ante el apretón firme que suponían las manos grandes de Venezio afianzando la carne de mis caderas. Buscaba seguirle el ritmo, pero él estaba cargado de una pasión que mi cuerpo desconocía. Nunca me habían apretado con tanto deseo, con tanto placer, emoción y fogosidad.

Era desconocido para mí y él lo sabía.

—¿No vas a hablar o esperas que yo rompa el silencio, colorada tonta?

Su voz ronca, agitada por la respiración irregular a raíz de nuestros labios uniéndose de una forma desesperante y a la vez placentera, pareciéndose tal para cual. Encajaban de forma satisfactoria.

—Lo siento, no sé qué decir, solo te sigo... —Remojé mis labios, pasé el dorso de mi mano por ellos en un intento de limpiar el labial corrido.

Curvé las cejas al centro con pena. Sentía una presión en el pecho al sentirme de menos, de decepcionarlo con mi falta de experiencia. No era virgen, no mentía al negarlo, pero claro está que tampoco tenía el tiempo para tener la vida sexual que Venezio llevaba a cabo con tanta libertad y aceptación.

—¿Por qué no pruebas contándome si te sientes cómoda?

Dejó caer sus manos a los costados suyos. Estábamos sentados en el sofá de su casa, no había tenido tiempo de observar demasiado mi alrededor. Yo estaba encima de su regazo, sus ojos brillosos me miraban fijamente en la espera de mi respuesta y yo no podía concentrarme demasiado en unir las palabras cuando tenía un manojo de sensaciones nuevas instaladas en mi abdomen bajo y un hombre como él resolviendo mis dudas.

Habían pasado unos días desde que nos habíamos juntado en el restaurante, o más específicamente, desde que me regaló los juguetes y desde entonces, cada vez que lo cruzaba, evitaba hablar al respecto y obviaba lo sucedido. Él se mantenía airoso, estructurado y ególatra, sin decir nada.

Pero no pude atrasar más la necesidad de probarlos, la escena que requería mis conocimientos estaba a menos de una semana y yo no tenía idea. Así que lo llamé y dejé todo de lado para suplicarle ayuda a las dos de la mañana de un viernes, cuando sabía que Venezio tenía una junta importante a la cuál asistir.

Y decidió dejarla para buscarme y llevarme a su casa.

—Astra...

Parpadeé confundida, escapé de los pensamientos para mirarlo.

—Estoy cómoda, Vene, promesa.

—¿Promesa? —Alzó una ceja, en burla.

—Promesa.

Nos separaba unos pocos centímetros. El azul intenso de su mirada bajó a mi boca y yo me sentí atraída a impulsarme contra sus labios. Volvió a sujetarse contra mi cuerpo, apretándome al suyo y presionándome específicamente contra su pelvis.

La dureza en sus pantalones mantenía mi ritmo cardiaco elevado, estaba nerviosa. Él se levantó del sofá y me mantuvo sujeta entre sus brazos, mis piernas rodeaban su cadera. Me depositó con cuidado en un mueble que me dejaba en una perfecta altura a su entrepierna y pese a la cercanía de nuestros cuerpos y el deseo carnal y creciente de cada uno satisfacer su propio placer, Venezio se alejó de mi cuerpo tan solo un poco. Deje de sentir el calor que emanaba y su erección pegada a un punto específico en mí que me enviaba corrientes eléctricas.

—No es por mí esto, no se trata de mi placer sino del tuyo —Respiraba acelerado, lucía atractivo tomando bocanadas para continuar —. No me voy a desnudar, Astra, ni vamos a tener el típico sexo que conoces. Vas a usar eso, quizá ya lo tenías claro pero si sigues frotándote contra mí me impides concentrarme en lo que realmente tenemos que hacer.

El arte de enamorarse [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora