Capítulo 14

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Si figura la notificación, perdón. Corrije (por completo) la escena que Astraea y Lucyan interpretan para hacerla más clara y continua a la primera puesto que hay una secuencia que seguir durante la narración de los protagonistas. Gracias <3 

Venezio

El reloj de mi muñeca marcaba las siete de la madrugada y aún así se me hacía imposible conciliar el sueño nuevamente. Las respiraciones calmas lo único que lograban era incrementar los nervios intentando llevar un ritmo que no podía sostener, los ojos me pesaban pero por más que intentase cerrarlos y buscar dormirme, no había nada que silenciara mi cabeza.

Lo único que hice en las últimas horas, cuando me despertaba del sueño y hasta volver a lograr dormirme, es ver a Astraea descansar a mi lado y, para ser honestos, no sé que se me había pasado por la cabeza al dejarla quedarse. Lucía tan inexperta, confundida y abatida que negarme a reconfortarla de alguna manera me generaba incomodidad en el pecho.

Apenas tenía una ligera luz que colaba del pasillo, suficiente para permitirme apreciar su diminuta nariz, la forma en la que apretaba sus manos contra su mentón y como sus labios mantenían un puchero adorable o su cabello rojo cayendo por su espada, decorando el blanco de mi almohada.

Colorada tonta.

Cerrando los ojos no tenía más que la imágen viva de ella aferrada a mí, arqueada debajo de mi cuerpo ardiendo y detestaba que los rasguños que tenía en los omoplatos sean fruto de una simple masturbada y no ocasionada de mi precisamente para ella. El color intenso que tomaba ese celeste dulce de su mirada cuando se acercaba al clímax, el color rojizo de sus mejillas que contrastaba con el de su largo cabello, sus movimientos torpes y que aún así admitir que me ponían caliente me avergonzaba. Me acaloraba y quemaba saber que no podía sacarla de mi cabeza.

—Joder.

Era la segunda erección y me dolía horrores tener que aguantarlas. La odiaba, odiaba su maldita inocencia, odiaba que me haya buscado, odiaba haberla aceptado porque ahora tenía el doble de trabajo a su lado, pero sobre todo, odiaba que sea imposible odiarla.

Resignado me levanté de la cama, sé que no volvería a lograr dormirme y aunque tenía unas horas hasta entrar a trabajar, no tenía más opción que buscar centrar la cabeza en algo que me distrajera de ella.

A pesar de que me metí en la ducha, el agua helada que caía por la regadera no lograba bajar la dolorosa erección. No tuve más opción que guiar mi mano a la base de mi miembro y empezar a moverla, generando el vaivén necesario que me lleve al orgasmo lo antes posible. Me sentía mareado, cansado y el corazón me latía con fuerza acorde la intensidad de la situación se elevaba, me sujeté con la mano libre de la pared. El frío erizaba los vellos y en contraparte las oleadas de calor que el placer me producía me mantenían en una nube.

Astraea desarmandose en gemidos, explorando el campo al cual yo la introduje, su intento de frenarme porque el placer que estaba experimentando era demasiado para ella. La forma en la cual se movía sobre el juguete, despacio y lento, permitiendose procesar, guardar y sentir cada segundo de ese momento. El recuerdo de ella que me mantenía ajeno de todo lo que yo ya conocía y podría haber usado para masturbarme, fue lo justo y necesario para hacerme llegar a la cúspide mi orgasmo.

Sobé mi pecho, la respiración era irregular y pesada, sé que era audible. Terminé de ducharme, como si recién no me hubiera masturbado en la ducha cómo si fuera un crío hormonal. A pesar de haberme secado, y mal, el agua caía por las puntas de mi cabello que ya requería un corte, pequeñas gotas se deslizaban por mi cuerpo y se perdían en mi pelvis, a la altura de la toalla que rodeaba mi cadera.

—¿Venezio?

Empujé la puerta, buscando la dueña de esa voz ligeramente ronca a esas horas de la mañana. Estaba tan pegada a la misma, que apenas di un paso, choqué con ella.

El arte de enamorarse [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora