Capítulo 18

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Venezio

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Venezio

El frío azota contra mi espalda desnuda, pero no me inmuto y sigo bebiendo del café mientras discuto conmigo mismo sobre si tomar o no las pastillas que el pastillero marcaba que debía tomar hoy, que me correspondía este día.

Había despertado muy temprano y conciliar el sueño de nuevo se había vuelto imposible, pero agradecía haberlo hecho en un principio cuando el insomnio era algo de mi día a día. Supuse que la calidez y contención que Astraea me brindó logró hacerme dormir antes, o quizá solo fue el estado de ebriedad.

La colorada descansaba en mi cama, hecha una bolita de lado y dejar de abrazarla había sido costoso teniendo en cuenta que era cómoda pero el café me urgía y la necesidad de apartarla y marcar los límites también. Me había excedido y yo era el culpable de aquello.

—Deberías tomarlas.

La voz de Zaira me distrajo, en cuanto me voltee la encontré apoyada contra el marco de la puerta. Sus brazos estaban cruzados, pero avanzó hasta mi con una sonrisa pícara mientras llevaba un conjunto de lencería que recuerdo perfectamente haber elegido yo.

—Anoche ha sido fatal... —Agregó.

—No se supone que debas estar aquí, Zaira —Suspiré —, sabes que no me gusta traer gente a casa. Lo sabes.

Pasé una mano por mi cabello, discutir me generaba más punzadas alrededor de la cabeza y suficiente tenía con la resaca. Hacía tiempo no sentía una y recordarlas no era lo más agradable, de paso, recordar todo lo sucedido tampoco y la vergüenza de ver a Astraea en algún momento me consumía. Opté por cumplir con lo pactado en el pastillero y por eso mandé todas a mi boca.

—Deja de ser tan gruñón, baby —Zaira me abraza —. Disfrutemos de la mañana juntos, nunca hemos podido tener un mañanero...

Su mano para directa sobre mi entrepierna, apretando antes de siquiera yo haber podido reaccionar. Aprieto la mandíbula, sabe lo que hace más que nadie. Zaira es segura y coqueta, pero antes que todo, sabe cómo tocarme para que negarme resulte difícil. Toma mis propias manos para dejarla sobre sus pechos, a los cuales magreo gustoso.

—Yo tengo el cuerpo que te gusta —Afirma en un susurro —, las tetas que te gustan, la boca que te gusta, el culo que te gusta. Ninguna más, solo yo.

La acallo buscando su boca, Zaira corresponde gustosa y la intensidad que me demuestra me prende más. Ninguno sabe escucharse, ninguno sabe hablar y por eso no tocamos lo que pasó la noche anterior ni el planteo absurdo que me dio, simplemente lo resolvemos como más sabemos hacer; el sexo.

—Dímelo —Agarra mi cara entre sus manos, impidiendo que vuelva a besarla —, afirma que lo que digo es verdad.

—Sabes que sí, Zaira, no necesitas afirmación de nada.

Me irrita su duda y por eso vuelvo a silenciarla, ella no reprocha, al contrario, me aprieta más contra ella mientras busca deshacerme los pantalones con desesperación. No me opongo a su tacto desenfrenado, la siento contra la isla y me acomodo contra sus piernas.

El arte de enamorarse [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora