Capítulo 29

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Astraea

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Astraea.

Reparo las facciones de Venezio, quién descansaba a mi lado con calma. Sus labios relajados me tenían enternecida, parecía hacer un puchero y hasta el momento no había notado el espesor de sus pestañas. Podría darme envidia.

Su cabello negro caía por su frente, pese a lo despeinado que estaba aún seguía luciendo hermoso. Termino teniendo un debate entre levantarlo y decirle que estamos no tarde, más que tarde y que su celular no dejó de sonar hace horas o dejarlo descansar un rato más.

—Vene... —Toco su brazo con calma al optar por la primera opción —, es tarde.

No despierta, frunce su ceño con molestia, pero continúa durmiendo.

—Venezio —Vuelvo a llamar, aprieto suave su hombro.

Se levanta sobresaltado, sujeta mi muñeca y toma lejanía. Su respiración está acelerada, muy agitada y no distingo el color azul de su mirada porque está oscurecida y sus pupilas dilatadas. Luce desorientado, perdido. Parece aterrado y yo no tengo palabras, me mantengo petrificada bajo su reacción.

—No —Formula rápido, aturdido.

—Soy yo —Logro hablar —, soy Astraea.

—No hice nada —Murmura —No hice nada, no hice nada...

Repite esa frase una y otra vez por lo bajo, no logro encontrarlo a él en su propia mirada. Ni siquiera me mira, sus ojos están perdidos en sus propias manos que tiemblan y el pecho suyo es un subir y bajar desmedido.

Me tiembla el labio inferior en un llanto que se aproxima y lucho por contener, no sé como ayudarlo y me aterra asustarlo. Reparo su reacción, no quiero invadirlo, pero tampoco abandonarlo y por eso cuando noto como suda y comienza a hiperventilarse me pesa el aire y me pongo en alerta.

—Venezio, escúchame —Tomo asiento frente a él y sujeto su rostro con firmeza. Sus ojos se clavan en los míos y ruego que piensa en mí, en nadie más —, estás bien. Estás bien, estoy yo contigo; vamos, respira conmigo.

Me repara con intranquilidad e intuyo que me reconoce cuando cede a mi tacto.

—No puedo —Batalla por respirar —, no puedo respirar.

Sus manos frías aprietan mis muñecas, denotando la desesperación que siente. Las lágrimas en sus ojos se hacen notar y el corazón mío se siente en pedazos viéndolo tan vulnerable y roto, absorto en su cabeza.

—Sí puedes, es un ataque —Froto su pecho en círculos —. Concéntrate en mi tacto mientras me imitas, vamos.

Siento bajo mi mano el corazón de él golpear con fuerza su pecho, la taquicardia que tiene es más que notoria y se esfuerza por imitarme. Comienza a ahogarse y no sé cuanto tiempo pasa, pero lo siento una eternidad. El sudor frío se siente en mi nuca y no puedo ni parpadear por terror a que algo suceda.

El arte de enamorarse [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora