0. Prefazione

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Canadá, 2015

-¿Tienes idea del daño que te haces?

-Hermana, ¿Por qué las personas son así..?

-Las personas no tienen la culpa de tus decisiones, yo sé que puedes salir de esto si permites que Dios te ayude...

Le dedicó una mirada perdida por unos segundos, como si estuviera a punto de romperse en un llanto silencioso-. ¿Desde cuándo estás cogiendo con el padre Thomas? -susurró como si alguien más los pudiera escuchar y seguidamente rio muy bajito-. No disimulan ni un poco, sea como sea... -se acercó con cuidado al oído de la mujer frente a él-. A mí me ama más.

Una bofetada golpeó en seco su rostro.

-¡E-estás enfermo!

-No me dejó terminar -empezó a reírse en voz baja a pesar de que tan solo ellos dos hacían presencia en la habitación-. Realmente no entiendo a las personas como usted, lleva meses dándome charlas para ser feliz, pero a millas noto en su mirada que la única motivación que tiene para llevar una túnica y el rosario en sus manos es el padrecito entre sus piernas -suspiró con tristeza-. Estoy un poco celoso -confesó-. Tendré tu secreto a salvo.

-Mañana te largas de acá, miserable drogadicto, ¿Crees que puedes manipularme de esa manera?

-Lo acabo de lograr -se encogió de hombros, abriendo los ojos en grande al asimilar su sentencia-. ¿Llamará a mis padres? ¡No, no! Juro que me inventé todo eso, no me mande con ellos -rió nervioso, viendo a la mujer dirigirse a la salida-. Vamos hermana, era una broma.

-Vete al infierno, Ángelo, estás demente.

Rodó los ojos con resignación y gritó-. ¡Dio mio, liberami da ogni male!

-

-Hice las maletas en cuanto recibí su llamado, directora, ¿Qué es lo que sucede con mi hijo? -un hombre vistiendo de un traje a la medida habló con preocupación a la superior desde el lado contrario del escritorio, esperando que toda la situación de la que aún no tenía conocimiento esté en orden con su hijo menor, mismo al que no veía desde hace diez años.

-Señor Simone, creímos que esta era una situación realmente grave, por eso decidimos contactarnos con usted cuando nos dimos cuenta que la situación escapaba de nuestras manos, le hemos brindado todo el apoyo posible a Ángelo en este lugar, pero no podemos hacer más si él no tiene la disciplina básica y principal que un hogar le debe brindar.

-No comprendo a qué se refiere, nosotros hemos pagado lo suficiente para que él tenga todo en este lugar, ¿Cómo es posible que hayan fallado en ello?

-Señor, es mejor que empiecen a hacerse cargo de su hijo, Ángelo es responsable con sus estudios, culminó con notas de excelencia su secundaria... -suspiró-. Pero es adicto a las drogas desde hace mucho tiempo y realmente la situación se escapa de nuestras manos, sobre todo porque él ya tiene dieciocho años, no tiene nada que hacer aquí. Ángelo Cavalli queda expulsado de esta institución, sus maletas ya están listas y la decisión es irreversible.

El hombre miró a su hijo que se encontraba sentado a unos metros de él y este le sonrió con inocencia.

Pasaron diez años desde que no veía a Ángelo, diez años en los que se dio cuenta de que era un desconocido desde la mirada del menor a pesar de ser su padre, la vida le estaba dando una oportunidad más para hacer las cosas como se debían, partiendo por no abandonar a su cachorro como hizo cuando este tenía apenas ocho años.

Se levantó de su asiento y metió sus manos a sus bolsillos, con los ojos ojerosos del joven rubio sobre él.

-Vámonos a Milán, a casa.

Ángelo soltó un suspiro que demostró la extrema pesadez que inundaba todo su cuerpo, se levantó para tomar sus maletas con sus pequeñas manos y exclamó con una felicidad extremadamente forzada:

-¡Casa, dolce casa!

Sabiendo que en realidad su vida no daría un giro tan drástico, pasaría de un infierno a otro, uno en el que perdió la idea de cómo sobrevivir.





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Portada: -Zuckerwatte
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