~Capítulo 14~

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Connor

Margaret me había asignado un pequeño espacio en su laboratorio, un cubículo aislado donde el eco de cada sonido hacía que todo se sintiera más frío de lo que ya era. Frente a mí, los informes de los primeros sujetos del experimento descansaban sobre el escritorio, exudando un aire opresivo. Cada hoja que hojeaba me recordaba que todo esto era una monstruosidad.

Las pruebas habían comenzado diez años atrás, con la promesa de encontrar una cura para el virus que destrozaba a la humanidad. A lo largo de esos años, lo único que habíamos logrado fue descubrir que algunos supervivientes eran inmunes, pero no debido a una vacuna o tratamiento, sino por una enzima alojada en su cerebro. Esta enzima parecía combatir el virus atacando directamente al sistema nervioso central. Sin embargo, cada intento de replicarla o fortalecerla había sido un fracaso. Todos los sujetos de prueba murieron.

Recuerdo cada una de esas muertes. Vívidas, dolorosas. Margaret, por supuesto, creía fervientemente que nuestro grupo de sobrevivientes, al haber estado aislado durante tanto tiempo, había desarrollado una versión más resistente de esa enzima. Ella estaba convencida de que la clave estaba en nosotros, en nuestras células.

Con un suspiro pesado, abrí el expediente que tenía delante. El rostro de Dante me miraba desde la primera página, junto con la etiqueta: "Sujeto número 301, primera fase superada con éxito". Mis manos temblaron. Sabía lo que eso significaba. Lo soltarían temporalmente, solo para llevarlo de vuelta a las celdas más tarde, probablemente para someterlo a más pruebas. Apreté los dientes mientras pasaba al siguiente archivo.

La cara de Camila apareció en la segunda carpeta. "Sujeto número 302, primera fase inconclusa". El reporte continuaba con sus signos vitales. Estaba débil, pero viva, al menos por ahora. La posibilidad de que sobreviviera la siguiente fase era mínima. Al leerlo, una sensación de asco subió por mi garganta. Cerré la carpeta de golpe, incapaz de seguir leyendo. El peso de todo esto me aplastaba el pecho.

Me recosté en la silla, mirando el techo. En algún punto, todo había salido terriblemente mal. Mi plan de proteger a los que amo se había derrumbado, y ahora los veía caer, uno por uno. Margaret, mi propia madre, había convertido todo en un juego de crueldad, y yo estaba atrapado en el medio. Ya no había vuelta atrás.

Cinco años atrás, había dejado de enviar informes a la unidad de investigación. Quería desaparecer, hacerles creer que estaba muerto, que ya no importaba. Pero esa ilusión se rompió cuando Margaret volvió a aparecer en mi vida. Desde entonces, había jugado su juego, esperando el momento adecuado para golpear desde adentro.

Reuní los papeles y me levanté del escritorio, decidido a actuar. Justo cuando llegaba a la puerta, un golpe suave resonó en ella.

—Adelante —dije, dejando los archivos sobre la mesa de vidrio.

La puerta se abrió, y Margaret entró con su característico andar firme. Su presencia llenó el pequeño espacio, y el sonido de sus tacones contra el suelo retumbaba en mi cabeza. Cerró la puerta detrás de ella, quedando de pie frente a mí con su habitual semblante altivo.

—Las pruebas están siendo un fracaso —dijo con un tono de irritación—. ¿Desde cuándo la gente se ha vuelto tan débil?

Me senté de nuevo en la silla, tratando de controlar mi expresión.

—¿Los sujetos no muestran progreso? —pregunté, aunque ya sabía la respuesta.

—Solo uno ha mostrado algo de mejora, pero no ha completado todas las fases. Están debilitados, llevan horas sin recibir agua.

Mi pierna empezó a moverse nerviosamente bajo el escritorio. Sabía que la falta de hidratación podría interferir con las pruebas. Los sujetos debilitados no darían los resultados que Margaret esperaba, pero también sabía que su verdadera motivación no era científica, sino un retorcido deseo de control.

¿Por qué nosotros?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora