~Capítulo 35~

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Alexander

El silencio en la sala era opresivo, tan denso que podía oír claramente el latido acelerado de mi corazón, resonando como un tambor dentro de mis oídos. Odiaba el silencio, me hacía sentir atrapado en mi propio cuerpo, condenado a escuchar una y otra vez mis propios pensamientos oscuros y distorsionados. "No querrían escucharlos", pensé, mientras tamborileaba el bolígrafo con impaciencia sobre la mesa frente a mí. El sonido repetitivo era lo único que rompía la calma, un ruido constante que hacía eco en la habitación vacía.

Había pasado las últimas horas hablando con Lauren, algo que hacía cada vez que el tiempo me permitía. No hablábamos de planes de escape ni de tácticas de lucha, sino de cosas mucho más humanas: su vida antes de los Rabiosos, su familia, los sueños que tuvo alguna vez. Era extraño, pero reconfortante conocer las historias de otros sobrevivientes. Al fin y al cabo, durante mis 20 años de vida, solo había conocido a las personas del Búnker. Sabía cada detalle de sus vidas, podía recitar sus historias de memoria. Me gustaba saberlo todo. O tal vez solo era un chismoso, quién sabe.

Mis dedos seguían golpeando el bolígrafo contra la mesa cuando noté que Joseph, Simon y Lauren me miraban desde una mesa cercana. Estaban en su tiempo libre, pero su atención estaba puesta en mí.

—¿Se les ofrece algo? —pregunté, dejando que la curiosidad asomara en mi tono.

Simon, con los pies despreocupadamente sobre la mesa, arqueó una ceja. —¿No puedes mantenerte quieto? —dijo con evidente molestia.

Solté el bolígrafo y lo dejé a un lado, sonriendo de forma desafiante. —¿Te molesta?

—Sí, la verdad es que sí —respondió, mirándome fijamente.

—Lástima —dije, encogiéndome de hombros.

Pude ver cómo Joseph reprimía una carcajada, pero antes de que pudieran seguir el intercambio de bromas, un sonido chirriante inundó la sala. La radio empezó a emitir una señal, llena de interferencias, pero la voz metálica que surgió por los altavoces era inconfundible.

—Aquí el sector negro, ¿pueden escucharme? —se repetía una y otra vez.

Me levanté de un salto, sonriendo ampliamente mientras me acercaba apresuradamente a la radio. Sentí los pasos de los demás siguiéndome de cerca. Era la señal que había estado esperando.

—Los escucho. Fuerte y claro —respondí, sujetando el comunicador con firmeza.

La voz de Camila rompió a través de las interferencias, claramente aliviada. —Qué alegría. Estuve un buen rato intentando contactarte, Alex.

—¿Están todos bien? —pregunté rápidamente, la ansiedad en mi voz evidente—. ¿Cómo está mamá?

—Estamos bien. Llegamos a la escuela y establecimos un asentamiento en el gimnasio. Sonia está bien... —El alivio que sentí fue instantáneo, el nudo en mi pecho aflojándose por primera vez en días.

—¿Y qué harán? ¿Cuándo vendrán? —insistí, deseando tener un plan concreto.

—¿Ya nos extrañas? —La voz de Tyler sonó burlona, y pude imaginar su sonrisa sarcástica al otro lado de la línea.

Negué divertido. —¿Por qué extrañaría tus asquerosos ronquidos todas las noches?

—Yo no ronco —dijo Tyler, claramente ofendido.

El intercambio fue interrumpido por Simon, quien seguía detrás de mí. —¿Pueden concentrarse? —espetó, impaciente.

Giré hacia él, irritado. —Estoy hablando con mi amigo. ¿Puedes darme un poco de privacidad?

¿Por qué nosotros?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora