Al salir de la casa, lo primero que vimos fue una camioneta negra estacionada justo frente a nosotros. El motor ya estaba en marcha, vibrando suavemente. Sin perder tiempo, caminamos con pasos decididos hacia ella. Margaret nos observaba desde la distancia, una sonrisa ligera asomándose en sus labios, como si ya supiera que este sería el desenlace.
Connor caminaba a mi lado, firme y seguro. Él es alguien en quien confío ciegamente; si dijo que podíamos confiar en su madre, no tenía razones para dudar. Aunque en el fondo, algo no terminaba de encajar.
—Sabía que tomarían la decisión correcta —dijo Margaret, con la mirada fija en su hijo. Connor le devolvió una sonrisa discreta, pero sin dejar entrever demasiado.
—Suban, partiremos en unos minutos —indicó, señalando la camioneta.
Nos acercamos, abriendo las puertas y acomodándonos en los asientos designados. El interior era amplio, con el aire acondicionado refrescando suavemente el ambiente cerrado. Ocupamos nuestros lugares en silencio, cada uno lidiando con sus propios pensamientos. El leve rugido del motor acompañaba el momento, pero en mi mente solo había una pregunta que no dejaba de resonar: ¿Estamos haciendo lo correcto?
Connor debió percibir mi inquietud, porque se inclinó hacia mí, su voz baja y calmada.
—Tranquila.
—Lo estoy... solo que... —dudé un segundo—, ¿y la misión? John estará furioso si se entera.
Connor sonrió ligeramente, sin apartar la mirada del parabrisas.
—En cuanto terminemos aquí, retomaremos el camino. No pienso quedarme más de lo necesario, te lo prometo. John no lo notará.
Asentí lentamente, tratando de convencerme de que tenía razón.
—Bien. Estamos bien —murmuré, aunque mi voz no sonaba tan segura como hubiera querido.
En ese momento, un olor fuerte y químico comenzó a colarse por mis fosas nasales. Me sobresalté, buscando con la mirada el origen. Giré hacia Connor, que también fruncía el ceño, claramente extrañado. En un parpadeo, reconocí lo que estaba pasando. El aire en el interior de la camioneta se volvía denso, un leve humo blanco se hacía visible. Sentí mi cabeza comenzar a girar, los párpados pesados, como si el cansancio me golpeara de repente.
—¿Eso es...? —murmuró Tyler, sentado a unos asientos de distancia, visiblemente confundido.
—Temazepam —logré articular antes de que el mareo me dominara por completo—. Nos están drogando...
Apoyé mi cabeza contra la pared de la camioneta, luchando por mantenerme despierta, pero las fuerzas me abandonaron rápido. Traté de girarme para hablar con Tyler de nuevo, pero antes de que pudiera hacerlo, la oscuridad me envolvió y todo se desvaneció.
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Cuando volví a abrir los ojos, lo hice poco a poco, como si el sueño pesado aún no quisiera dejarme ir. Mi cuerpo se sentía entumecido, y un dolor sordo palpitaba en mi cabeza. Parpadeé varias veces, tratando de enfocarme. Todavía estábamos dentro de la camioneta. A mi alrededor, el resto del equipo comenzaba a despertarse también, todos con expresiones adormiladas y confusas.
—¿Qué carajos pasó? —gruñó Dante, con los ojos todavía cerrados.
—Nos drogaron, ¿no es obvio? —respondí, mi voz más irritada de lo que pretendía.
Antes de que pudiera decir más, la puerta trasera de la camioneta se abrió de golpe, y los primeros rayos del amanecer golpearon directamente mi rostro, cegándome momentáneamente. Parpadeé rápido, intentando acostumbrarme a la luz. Al cabo de unos segundos, la figura de Margaret apareció frente a nosotros, su silueta recortada contra el brillo del sol.
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¿Por qué nosotros?
Science FictionLibro 1 y (Segundo en proceso) Muertes misteriosas han devastado el mundo, y solo unos pocos han tenido la suerte de sobrevivir. Tras pasar 15 años confinados en un búnker, se ven obligados a regresar a la superficie y enfrentarse a un mundo que cr...