~Capítulo 27~

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Íbamos directo a los calabozos, alejados de las habitaciones, atravesando un pasillo sombrío y frío. Mis pensamientos vagaban hacia un día que parecía hace una eternidad; un día en el que pasé horas encerrada por golpear a Rachel en la cara. No podía evitarlo; la chica sabía cómo sacar lo peor de las personas. Sus comentarios infantiles y sus constantes reproches la convertían en alguien insoportable. Nadie tenía dudas de ello.

Connor tuvo que intervenir a mi favor aquella vez. Jon estaba decidido a darme dos días, pero Connor habló con él y llegaron a un acuerdo. Me liberaron esa misma noche. Rachel no se salió con las suyas, y al final, había valido la pena.

No estuve mucho tiempo en los calabozos, pero sabía que eran fríos y raramente entraba un poco de luz. Al llegar, Connor soltó mi mano justo antes de entrar. Jon se reincorporó rápidamente del frío cemento y puso ambas manos en las rejas, asomando su cabeza entre ellas, con una expresión de enojo que no podía ocultar.

—Hola, Jon—saludó Connor con un tono burlón—. ¿Está cómodo en el piso?

—Necesito hablar con mi hija—demandó, su voz llena de indignación.

—No será posible en este momento... estamos tratando de poner en orden las cosas por aquí—replicó Connor, manteniendo la calma.

—¿Soy prisionero?—preguntó, con la rabia a flor de piel.

Connor negó con la cabeza.

—Necesito saber que tendré tu absoluta cooperación y estarás libre. Pero debes ganártelo; tus acciones me dicen lo contrario.

—No estoy de acuerdo con esto ni con tu patética actuación de líder. Mucho menos con ir a buscar a alguien que podría estar muerto. ¿Por qué perder el tiempo en alguien que es desechable?—se quejó Jon, con desprecio.

Me acerqué a él a pasos decididos, sintiendo cómo la tensión aumentaba. Connor seguía mis pasos con la mirada, inquieto.

—Alexander es mucho más importante que tú... no podrías ni compararte con él—hablé enojada, las palabras saliendo de mis labios con una ferocidad que apenas contenía—. Ya te lo dije antes, eres inservible.

—Y yo creo que te dejé claro que es malo jugar con fuego—respondió Jon, manteniéndose imperturbable.

—El que está a punto de quemarse es otro. Yo no me preocuparía por mí—repliqué, decidida.

—Entonces...—dijo Connor, colocándose a mi lado—. Ya que no tienes intenciones de cooperar, no tendré más remedio que dejarte aquí hasta que reflexiones.

—Tendrás tiempo para eso; no te preocupes—aclaré con una sonrisa, sintiendo que tenía la situación bajo control.

—No pueden hacer esto. Exijo que se respeten mis derechos como ciudadano—protestó Jon, con desesperación.

—No seas iluso, Jon—dije, comenzando a caminar hacia la salida. Abrí la puerta y salí, sintiendo que había ganado esta ronda.

Connor salió detrás de mí, cerrando la puerta tras de sí sin decir una palabra.

—¿Qué haremos con él?—pregunté mientras comenzamos a caminar por el pasillo de regreso.

—No lo sé. No podemos soltarlo; es peligroso. Pero tampoco podemos dejarlo ahí eternamente—respondió Connor, su voz tensa.

—¿Por qué no? Ahí no molesta a los demás...—insistí, sintiendo que había un atisbo de esperanza en esa opción.

—No podemos hacer eso, aún cuando lo quiera. La gente lo verá como una provocación. Quiero que sepan que existe la democracia, para que no haya problemas en el futuro—indicó Connor, frunciendo el ceño.

¿Por qué nosotros?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora