~Capítulo 34~

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El segundo día de entrenamiento estaba cargado de tensión. El aire parecía más denso, y los rostros de todos reflejaban la mezcla de miedo y determinación. Sabían que cada lección era crucial, que un error podía costarles la vida cuando salieran al campo. Se podía escuchar el leve sonido de la respiración contenida mientras esperaban las instrucciones de Dante, quien caminaba al frente del grupo con su habitual semblante serio y controlado.

—No podemos disparar —comenzó Dante, rompiendo el silencio con su voz grave y autoritaria—. Demasiado ruido y pocas balas. Deben racionar cada disparo. Pero antes de siquiera pensar en disparar, asegúrense de quitar el seguro del arma. Y lo más importante: no toquen el gatillo a menos que estén listos para disparar. Un solo error, un mal movimiento, y alguien podría morir.

Dante miraba al grupo con dureza, asegurándose de que todos comprendieran la gravedad de sus palabras. Los participantes asintieron silenciosamente, la preocupación pintada en sus rostros. No había espacio para errores, no cuando cada uno de ellos dependía de los demás para sobrevivir.

Tyler, el más calmado y estratégico del grupo, intervino, cruzando los brazos mientras observaba el nerviosismo en los ojos de los más jóvenes.

—Mañana retomaremos las clases de tiro —dijo con tono firme—. Por ahora, vamos a enfocarnos en el combate cuerpo a cuerpo. Formad parejas, no importa con quién. Aquí no hay géneros, ni debilidades. Todos deben aprender a defenderse.

Miré a mi alrededor, buscando a alguien con quien entrenar. Max estaba cerca, con su habitual sonrisa irónica que parecía no desaparecer ni en los momentos más tensos. Sabía que elegirlo no sería sencillo; Max era fuerte, confiado, y siempre se tomaba los entrenamientos demasiado en serio.

—¿Seremos nosotros dos? —pregunté, intentando sonar casual, aunque no pude evitar que un leve toque de inquietud se deslizara en mi voz.

Max me miró de reojo, su sonrisa se ensanchó ligeramente mientras se encogía de hombros. —Seguro, pero no me hago responsable de lo que pueda pasar después.

Me crucé de brazos, intentando parecer tranquila. —No te preocupes, puedo arreglármelas sola.

Max dejó escapar una pequeña carcajada burlona, como si no tomara mis palabras en serio. —Bien, hagámoslo entonces —dijo, moviéndose hacia el círculo que se había formado en el centro de la sala.

Mientras caminábamos, sentí el peso de las miradas sobre nosotros. Todos sabían que Max y yo éramos de los más competitivos del grupo, y este enfrentamiento no iba a ser diferente. Pero antes de que fuera nuestro turno, otras parejas debían pasar por la prueba.

Dante, con paciencia y seriedad, continuó dando las indicaciones al primer par de combatientes: Ally y Alexa. Ambas se miraban con incertidumbre, intentando recordar cada detalle que les habían enseñado el día anterior.

—Esta es la posición defensiva —dijo Dante, asumiendo una postura atlética—. Las rodillas deben estar ligeramente dobladas, el cuerpo ladeado. Mantengan siempre la mano derecha más cerca del oponente, protegiendo el rostro.

Ally y Alexa trataron de imitarlo, aunque con torpeza. Se notaba que no estaban acostumbradas a este tipo de combate. Mientras observaba desde el borde del círculo, no podía evitar sentir un nudo en el estómago. Sabía que pronto sería mi turno y que Max no me iba a mostrar ninguna compasión.

—Recuerden, cuando formen un puño, no metan los dedos dentro. Se pueden romper los huesos —continuó Dante con su habitual tono de advertencia—. Y cuando vayan a golpear, muevan el pie izquierdo primero, luego dejen que la cadera siga el movimiento. La fuerza del golpe proviene de todo el cuerpo, no solo de los brazos.

¿Por qué nosotros?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora