~Capítulo 5~

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Eran las siete de la tarde y seguíamos en el sector negro, entrenando. Los exploradores estaban en otra sala, preparando los equipos para la misión. Alexander me había prometido que este sería el último ejercicio. En el fondo, sabía que había aprendido mucho en tan poco tiempo, aunque aún estaba lejos de ser una experta en combate. No sería el señor Miyagi, pero al menos ya podía defenderme.

—Si te atacan por detrás —me explicó, mientras se posicionaba detrás de mí y rodeaba mi cuello con sus brazos, inmovilizando mi nuca—. Tienes que tomar la mano que está en tu nuca, la que está encima de tu cabeza. Esa es la principal, no la que está frente a tu cuello.

Escuchaba con atención, intentando captar cada instrucción al pie de la letra. La posición no era cómoda, pero debía aprender a manejarla.

—Ahora, mete tus manos bajo el codo de mi brazo, el que está al frente, y tira de él —continuó. Lo hice, pero de inmediato sentí cómo el aire dejaba mis pulmones. Solté al instante.

—Así solo te ahogarás más rápido. Estás aumentando la presión en tu carótida —me corrigió, apartando sus brazos.

Suspiré, frustrada.

—No entiendo por qué practicamos esto. Nadie me va a estrangular —dije, claramente molesta.

—No hables, concéntrate —respondió, rodando los ojos ante mi queja—. Lo que tienes que hacer es tirar de la mano que está en tu nuca, empujándola hacia adelante lo más que puedas. Eso hará que el brazo del agresor se tense y te suelte.

Con algo más de esfuerzo, hice lo que me decía, tirando de su mano hacia adelante. Alexander se quejó de inmediato.

—¡Con calma! ¿Quieres romperme el brazo? —me dijo, regresando a su postura inicial.

—Perdón, creo que me pasé —dije con una sonrisa apenada.

—Sí, yo también lo creo —respondió entre risas—. Ahora, de nuevo, pero esta vez con más cuidado. Aún quiero tener mi brazo para mañana.

Intenté una vez más, con más suavidad, y justo en ese momento, la puerta principal se abrió. Ninguno de los dos se movió demasiado rápido, pero nuestras miradas se dirigieron hacia la entrada. Era Connor, quien apareció con su habitual expresión de aburrimiento.

—¿Interrumpo? —preguntó, con tono monótono.

Alexander bajó los brazos y se colocó a mi lado, sin prisa.

—¿La verdad o la mentira? —contestó con una sonrisa, colocando su brazo sobre mis hombros.

Antes de que pudieran seguir, intervine.

—Ya estábamos por terminar —dije, quitándole importancia.

—Han estado aquí todo el día —respondió Connor, esta vez con más seriedad.

—Es que la señorita aquí es un poco lenta para aprender, así que nos tomó más tiempo del previsto —dijo Alexander, burlándose ligeramente.

—Ya veo —Connor me lanzó una mirada rápida, antes de centrarse en Alexander—. Ve a descansar, partimos a primera hora mañana.

—Como ordene —contestó Alexander, haciendo una exagerada reverencia militar mientras reía. Luego se giró hacia mí—. Nos vemos, Emma.

—Gracias por todo —le dije, correspondiendo a su sonrisa mientras se alejaba.

Ahora me quedaba sola con Connor. Él no tardó en acercarse.

—Tú también deberías descansar. Ya es tarde —me dijo, con esa autoridad que parecía innata en él.

¿Por qué nosotros?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora