~Capítulo 21~

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Nos encontrábamos todos en el auto, con menos de una hora para llegar al búnker. La tensión en el ambiente había disminuido un poco. Cami, que por suerte se encontraba estable, hablaba animadamente con Tyler.

Yo, por mi parte, no podía dejar de pensar en lo que había ocurrido entre Connor y yo unas horas antes. Sus palabras aún resonaban en mi cabeza, repitiéndose como un eco constante. Cada vez que recordaba la sensación de sus labios sobre los míos, una sonrisa tímida se asomaba en mi rostro. De vez en cuando, nuestras miradas se cruzaban a través del retrovisor, y sentía que el mundo entero se detenía, aunque solo por unos segundos.

De repente, el coche se detuvo. Levanté la vista, desconcertada. Connor y Dante estaban inclinados sobre el mapa, señalando algo que parecía importante.

—Tenemos que bajar aquí —anunció Connor, abriendo la puerta del auto—. El terreno se vuelve intransitable para los vehículos.

Todos nos apresuramos a salir. Antes de cerrar la puerta, tomé el botiquín, asegurándome de tenerlo a mano por si acaso.

—No estamos lejos —comentó Dante, revisando el mapa mientras comenzábamos a caminar a paso ligero.

Al llegar a la entrada del búnker, nos encontramos con una escotilla camuflada con latas y escombros. Connor y Tyler comenzaron a despejar el área, retirando las latas una por una. Una vez hecho esto, Tyler ingresó el código en el panel oculto, y la puerta se abrió con un suave zumbido.

Habíamos llegado.

Cami fue la primera en descender por la escalera de metal, seguida de Tyler y Dante. Connor se quedó conmigo, esperando a que yo bajara antes de cerrar la escotilla y volver a ingresar el código para sellar la entrada.

El silencio se apoderó de nosotros mientras bajábamos los últimos escalones. Al llegar a la puerta final, la que nos separaba del resto de los habitantes del búnker, un nudo se formó en mi estómago. Sabía que nos estaban esperando.

Abrimos la puerta, y al instante todos los ojos se posaron en nosotros. Jon, el líder del grupo, estaba allí, con una expresión severa en su rostro. Su mirada se clavó directamente en Connor, ignorándonos a los demás por completo.

—¿Pueden explicarme por qué llegan una semana tarde? —exigió con un tono autoritario.

Connor, que empezaba a mostrar signos de impaciencia, intentó calmar la situación.

—¿Podemos hablar en privado? —pidió, claramente no queriendo discutir frente a todos.

Pero Jon no estaba dispuesto a ceder.

—No. Lo explicarás ahora mismo, delante de todos.

Un susurro de frustración escapó de mis labios antes de que pudiera detenerlo.

—Esto es ridículo —murmuré, lo suficientemente bajo como para que solo Connor lo escuchara, o al menos eso pensé.

—¿Disculpa? —preguntó Jon, indignado, dando un paso hacia mí.

Levanté la cabeza, incapaz de contener mi enojo.

—¿Ahora también estás sordo? —repliqué, con una mezcla de rabia y cansancio acumulado—. Hemos estado ahí afuera, jugándonos la vida, y ahora vienes a exigir respuestas con ese tono de voz. ¿Quién te crees que eres?

—No voy a permitir que me hables de esa manera —Jon dio un paso más hacia mí, su rostro enrojecido por la ira.

De inmediato, Connor se interpuso entre nosotros, su postura protectora pero firme.

—Apártate, Jon. No lo repetiré.

Jon retrocedió un poco, más por la sorpresa que por miedo. En ese momento, Rachel, su hija, se acercó y se puso a su lado, su expresión fría y calculadora.

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