~Capítulo 30~

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El reloj marcaba las dos de la tarde, cada segundo que pasaba hacía que mi ansiedad aumentara. Toda la noche había transcurrido en silencio, sin ningún contacto, sin una sola palabra que me tranquilizara. Solo tenía mi propia compañía, y tras horas de vigilia, la soledad empezaba a afectarme. Lauren me había prometido que vendría por la mañana, pero el sol ya estaba alto, y aún no había señales ni de ella ni del equipo. Lo único que me quedaba era la incertidumbre.

Frente a mí, la radio descansaba sobre la mesa, inerte. Había estado mirándola por horas, casi esperando que de alguna manera, algún ruido, algún zumbido, me indicara que mis amigos estaban bien, que algo seguía funcionando ahí afuera. Sin embargo, la realidad era que los chicos no se habían reportado, y eso solo podía significar dos cosas: o algo terrible les había sucedido, o estaban en medio de su recorrido, camino hacia aquí. Intentaba no pensar en lo peor, pero con cada minuto que pasaba, el silencio se volvía más ominoso.

El cansancio se acumulaba en mi cuerpo. Mis músculos estaban tensos, y mis párpados pesaban, pero no podía darme el lujo de dormir. Mi mente me obligaba a estar alerta, a no bajar la guardia. Me balanceaba lentamente sobre la silla, mirando el techo, mientras trataba de ahogar la sensación de desesperanza que empezaba a formarse en el fondo de mi estómago. Estaba atrapado, encerrado en esta habitación. Ni siquiera tenía la opción de salir, ya que habían dejado la puerta con llave cuando se fueron. Era como estar en una celda, esperando algo que tal vez nunca llegaría.

El sonido de la cerradura girando rompió abruptamente el silencio, y me hizo saltar de la silla. Mi corazón dio un vuelco de anticipación y alivio cuando vi que la puerta se abría. Lauren entró primero, seguida por Simón, un chico que reconocí al instante por su traje de guardia. Ambos tenían un aspecto agotado, pero determinados.

—Ya era hora —murmuré mientras los miraba entrar.

Lauren apenas me dedicó una mirada, se veía tensa, preocupada. La vi dejar un sándwich y una botella de agua sobre la mesa. Estaba claro que había pasado por mucho en las últimas horas.

—Vine lo antes posible. Margaret está muy tensa desde lo de tus amigos... Debemos tener cuidado —dijo, dirigiéndose más hacia Simón que a mí. Su tono era serio, y pude sentir la preocupación en cada palabra que pronunciaba—. Come. Veré si puedo traerte más.

—Gracias por tu gentileza —respondí con ironía, tomando el sándwich sin mucho entusiasmo—. Pero odio el tomate.

Lauren rodó los ojos con exasperación, claramente irritada. Sabía que mi comentario era trivial considerando la situación, pero no podía evitar ser yo mismo, incluso en momentos así.

—Pues sácalo y listo —respondió, con un tono que dejaba claro que no tenía paciencia para mis tonterías. Podía ver cómo su postura se tensaba aún más. La situación debía ser grave para que estuviera así.

—Igual queda el sabor —dije en voz baja, mordiendo el sándwich de mala gana.

—Entonces no comerás nada —dijo ella, cruzando los brazos—. No podemos darnos el lujo de pedir algo mejor.

—Ahora suenas como mi madre —repliqué, buscando romper un poco la tensión, pero mi intento de humor no tuvo el efecto deseado.

—Solo cómetelo, no le des tantas vueltas al asunto —dijo, ya al borde de la exasperación. El estrés de la situación parecía haberla consumido por completo, y lo entendía. Ninguno de nosotros estaba en condiciones de exigir nada.

Di un mordisco al sándwich, ignorando el tomate como mejor pude. El silencio volvió a llenar el espacio, pero era un silencio incómodo, cargado de preguntas no formuladas y preocupaciones no expresadas.

¿Por qué nosotros?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora