~Capítulo 25~

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Alexander

La habitación era pequeña, de techos bajos y paredes grises, casi desnudas salvo por algunos ganchos donde colgaban chaquetas raídas. Había cuatro camas simples con mantas desordenadas, y una mesa de centro que dominaba el espacio, llena de planos arrugados, papeles sueltos y restos de comida. Un lado de la habitación estaba ocupado por una pequeña cocina improvisada; los platos sucios y las ollas llenas de residuos indicaban que hacía tiempo nadie se ocupaba de limpiarla. El aire era denso, y aunque la luz del día apenas lograba colarse por las persianas rotas, lo que realmente impregnaba la atmósfera era la tensión palpable de un espacio destinado a reuniones clandestinas.

Lauren, una mujer de cabello castaño que usualmente mantenía recogido de manera ordenada, ahora lo tenía suelto, cayendo en suaves ondas sobre sus hombros. Estaba recostada contra la pared, una expresión de aburrimiento cruzaba su rostro mientras su pie golpeaba el suelo con impaciencia.

—Déjenme ver si entendí —dije, mi tono cargado de ironía—. ¿Quieren matar a Margaret?

—Es lo que te acabo de decir —respondió un hombre desde la mesa, inclinándose sobre uno de los mapas con gesto de exasperación.

Cruce mis brazos, claramente poco impresionado. —¿Y cómo les ha resultado eso? Porque, francamente, no veo avances…

El hombre levantó la vista lentamente, un rastro de cansancio en su mirada. —Es un poco más complicado que eso —respondió con voz baja, como si estuviera explicando algo obvio—. Ella tiene miles de hombres a su disposición. Nosotros somos solo diez —agregó, moviendo la mano para señalar los alrededores—. Hay ojos por todos lados.

—Y cómo se creó esta pequeña revolución — resalto la palabra "pequeña" con un gesto despectivo, mientras uno de los hombres rodaba los ojos—. Porque pequeña es.

El hombre que había estado hablando apretó los dientes, antes de responder con calma medida. —Todos perdimos a alguien gracias a Margaret y sus pruebas. Queremos vengarnos… es todo.

—Ya veo… —murmuré, arrastrando las palabras con una mezcla de sarcasmo e indiferencia—. ¿Cómo encajo yo en esta lamentable historia?

Antes de que el hombre pudiera responder, otro del grupo, más joven, intervino. —Margaret te quiere muerto. Queremos saber por qué.

Me acomodé en una de las sillas cerca de la mesa, cruzando los brazos y mirando al joven con una sonrisa ladeada. —¿Me creerías si te dijera que ni yo lo sé? No han sido muy comunicativos desde que llegamos aquí.

—¿Llegamos? —preguntó Lauren, sus ojos centelleando de interés—. ¿Quiénes?

—Mi grupo y yo —respondí, levantando una ceja.

—¿Y dónde están ellos ahora? —insistió ella.

—Espero que muy lejos de aquí.

Uno de los hombres soltó una carcajada seca. —Así que te dejaron atrás —dijo, el tono burlón en su voz era inconfundible.

—No es así —repliqué, encogiéndome de hombros—. Venían por nosotros. Si alguien no se quedaba, habríamos muerto todos.

—Vaya, qué considerado —comentó otro, sarcásticamente.

—O estúpido —murmuró Lauren, apenas levantando la voz.

Solté una pequeña risa, inclinándome hacia adelante en mi silla. —A veces uno debe pensar en lo que es mejor para el grupo —dije—. Y lo mejor en ese momento era dejar que se fueran.

—¿A dónde se irían? ¿Tienen un refugio? —preguntó Lauren, sus ojos fijos en mí, agudos y penetrantes.

—No me siento cómodo revelando esa información —respondí, evitando su mirada directa.

¿Por qué nosotros?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora