~Capítulo 42~

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El ambiente era opresivo, la penumbra de la celda no hacía más que acentuar la tensión que colgaba en el aire, pero a pesar de todo, la mera visión de Alex me hizo sentir un respiro, aunque fuera pequeño. No eran las mejores condiciones para reencontrarnos, eso estaba claro, pero después de tanto tiempo, verlo de nuevo, en este lugar y en este contexto, trajo una ligera paz a mi corazón agitado. Intenté esbozar una sonrisa, aunque apenas podía. Sentía mis labios secos y mi cuerpo quebrado.

Alex se acercó lentamente, con cautela, y sus ojos reflejaban preocupación. Se detuvo a unos pasos de mí, evaluando mi estado, su rostro lleno de dudas. Sabía que debía verme terrible, pero aún así, bromeé:

—Me veo fatal, ¿no es así? —dije mientras me incorporaba con esfuerzo—. No es uno de mis mejores días.

Él esbozó una pequeña sonrisa, pero se negó a confirmarlo.

—Admito que no te ves muy bien —dijo, dejando escapar un toque de sarcasmo—, pero eso no significa que deba alejarme.

Mi sonrisa desapareció rápidamente. Él no comprendía. No era que yo no quisiera que se acercara, pero no podía permitirlo. Con toda la fuerza que pude reunir, extendí la mano y negué.

—No te acerques… —dije rápidamente.

Alex se detuvo en seco, confuso. Lo vi fruncir el ceño, claramente preocupado.

—¿Qué? ¿Por qué? —preguntó, su voz cargada de desconcierto—. Estoy empezando a preocuparme en serio, Emma. ¿Qué sucede?

Tragué saliva, sentía la garganta seca, y las palabras se atascaban en mi boca. Todavía estaba procesando lo que había sucedido en la sala anterior. Finalmente, después de lo que me parecieron horas, hablé, aunque con voz débil.

—Tengo el virus —dije, mirando a Alex con seriedad—. No sé si soy contagiosa. Prefiero no arriesgarme. Quédate ahí.

Sus ojos se abrieron de par en par, y su expresión pasó de la sorpresa al desconcierto total. Sus labios se movieron, pero al principio no salió ningún sonido.

—¿Qué? —dijo finalmente—. ¿Cómo estás viva?

Antes de que pudiera responder, una voz desde el otro lado de la celda intervino. Era Lauren, que había permanecido en silencio hasta ese momento, observando con incredulidad.

—¿Cómo es que no corres por ahí como un maldito perro rabioso? —preguntó, su tono lleno de incredulidad.

Intenté sonreír, pero no tenía la energía. Aunque, pensándolo bien, su comentario no estaba tan lejos de la realidad. Me encogí de hombros.

—No lo sé —respondí con un tono casi despreocupado—. Aunque pensándolo bien, no suena tan mal después de todo.

Alex me lanzó una mirada dura, claramente no le hacía gracia mi comentario.

—No sabía que ahora eras suicida —replicó con una mezcla de desaprobación y preocupación—. Margaret no nos deja en paz por alguna razón, ¿no?

Asentí débilmente. Él tenía razón, pero eso no cambiaba lo que sentía en ese momento. Mi cuerpo estaba agotado, y mi mente, incluso más. Mi vista se nublaba por momentos.

—Supongo —contesté—. Lo averiguaremos mañana.

Alex se inclinó hacia mí, curioso.

—¿A qué te refieres? —preguntó, su voz más suave ahora.

Suspiré, apoyando la espalda contra la fría pared de la celda. No podía seguir ocultándolo.

—Solo he recibido la primera dosis del virus —expliqué con una risa amarga—. Estoy demasiado débil para recibir la segunda. Margaret me dio solo un día para descansar. ¿No es considerada?

¿Por qué nosotros?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora