Capitulo 46

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—Debemos detenernos... —La orden salió de mis labios, mi respiración pesada resonaba en los pasillos vacíos. No podíamos seguir corriendo a ciegas sin pensar en un plan. El agotamiento me nublaba la mente y sentía que, si no parábamos, cometeríamos un error fatal.

Connor, siempre alerta, negó con la cabeza sin dudar.

—Aquí no. —Su voz era baja, casi un susurro, pero cargada de autoridad. Sus ojos claros inspeccionaron los alrededores con rapidez, buscando algún resquicio de seguridad en el laberinto de paredes grises que nos rodeaba. Caminó hacia una pequeña habitación al final del pasillo, como si ya lo hubiera previsto todo, y una vez dentro, cerró la puerta con un chasquido que resonó como un eco siniestro.

Alex no estaba satisfecho con la decisión. Su ceño fruncido y la mandíbula apretada dejaban claro que su paciencia estaba al límite. Desde la muerte de Lauren, algo en él había cambiado; la furia que antes lo mantenía enfocado ahora era una tormenta descontrolada, y cada minuto que pasaba sin una solución tangible parecía empujarlo más al borde.

—No podemos seguir avanzando sin un plan —repetí, intentando inyectar algo de razón en medio de la creciente tensión. La adrenalina aún corría por mis venas, pero no podía dejar que el miedo tomara las riendas.

Alex soltó una risa seca, cargada de desprecio.

—¿Un plan? —Sus palabras escupieron veneno, mientras sus ojos se clavaban en los míos—. Mi plan es simple: matar a quien se ponga en mi camino. Y créeme, lo disfrutaré.

—¿De verdad? —repliqué, tratando de no perder la calma—. ¿Y cómo piensas hacerlo, Alex? No tenemos nada, solo una pistola. No estamos armados para una pelea directa.

Connor intervino desde la sombra del cuarto.

—No quedan balas. —Su voz era tranquila, pero la advertencia detrás de ella era clara.

—No las necesito. —Alex se cruzó de brazos, su expresión oscura y decidida—. Con mis manos basta. He matado con menos. Y, por si te lo preguntas, lo haré de nuevo si es necesario. No voy a titubear, no esta vez.

Un escalofrío recorrió mi espalda. La forma en la que lo dijo, tan seguro, tan frío, me hizo dudar por un momento si conocía al hombre que estaba delante de mí. Intenté razonar con él.

—Sé que estás frustrado. Estamos todos cansados, pero avanzar sin pensar no nos va a llevar a ninguna parte. Debemos ser inteligentes. Mantener la cabeza fría.

Alex se giró hacia mí, su rostro tenso. Entonces, soltó una carcajada amarga.

—¿Inteligentes? —dijo en un tono cargado de ironía—. Desde cuándo te convertiste en una estratega, Emma. Hace poco no podías ni mantenerte viva sin ayuda. No eres quién para decirme cómo sobrevivir.

—Alexander, basta —gruñó Connor, adelantándose para ponerse entre nosotros—. No es el momento para esto.

Pero Alex no parecía dispuesto a detenerse.

—¿Por qué? ¿Por qué tenemos que hacer lo que ella diga? No tiene ni idea de lo que está hablando. Solo está aquí porque tuvo suerte.

Sentí las palabras de Alex como puñales atravesándome el pecho, pero mantuve mi postura firme. No podía dejar que él me hiciera dudar de mí misma. Ya había sobrevivido a demasiadas cosas.

—Entiendo que estés enojado —dije con calma, aunque cada palabra suya seguía latiendo dentro de mí—, pero no tienes derecho a hablarme así. No soy tu enemiga, y lo sabes.

—No soy yo quien está confundido —replicó Alex, apretando los puños—. Si no actuamos ya, no saldremos de aquí. Y no voy a esperar a que nos maten mientras decides qué es lo más "inteligente".

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