~Capítulo 9~

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Llevábamos recorriendo los interminables pasillos de aquel lugar más de media hora y todavía no habíamos encontrado las dichosas habitaciones. El complejo era tan enorme que la búsqueda se había vuelto frustrante, y estábamos determinados a no pedir ayuda a nadie.

—Esto no tiene sentido. —Camila se detuvo de golpe, suspirando con impaciencia—. Deberíamos pedir ayuda.

—¿Pedir ayuda? —respondí, mirando a mi alrededor. La gente nos miraba con curiosidad, pero nadie parecía interesado en acercarse—. ¿De verdad crees que alguien va a ayudarnos? Nos miran como si fuéramos de otro planeta.

—Van a tener que hacerlo. —Camila se encogió de hombros, decidida, y antes de que pudiera decir algo más, caminó hasta una mujer que vestía el uniforme de guardia.

—Disculpa —le dijo Camila con voz firme—, ¿sabes dónde están las habitaciones?

El silencio fue total. La mujer no pareció ni inmutarse, manteniéndose estoica.

—Disculpa —intervine, ahora más molesta—. Mi amiga te hizo una pregunta.

Ninguna respuesta. La mujer seguía ignorándonos, como si fuéramos invisibles.

—Disculpen la rudeza de nuestros soldados —escuchamos de repente la voz de Margaret, que apareció detrás de nosotras con su habitual aire de autoridad—. No tienen permitido interactuar con civiles.

—¿Por qué? —pregunté, confundida por su respuesta.

—Están en su horario de trabajo, querida. Esto es como cualquier otro empleo. No pueden distraerse con conversaciones innecesarias. —Margaret sonrió ligeramente, como si la explicación fuera obvia.

—Solo necesitamos saber dónde están las habitaciones —le insistí, ya cansada de dar vueltas sin sentido—. Hemos estado buscándolas por un buen rato.

—Síganme —dijo Margaret, sin más rodeos—. Las llevaré personalmente.

Nos pusimos en marcha detrás de ella. Mientras caminábamos, aproveché para observar las instalaciones con más detalle. No parecían viejas, todo lo contrario. La tecnología que había alrededor era completamente desconocida para mí, y por su apariencia, seguramente era de última generación.

—Connor habla muy bien de ustedes —comentó Margaret de repente, rompiendo el silencio mientras nos dirigíamos hacia las habitaciones.

—Todos lo queremos mucho —respondió Camila con una sonrisa, sin perder la oportunidad de mostrar su aprecio.

—Aunque me llama la atención cómo habla especialmente de ti. —Margaret me dirigió una mirada penetrante, y sentí que el estómago me daba un vuelco.

Mi corazón latió con fuerza durante unos segundos, y aunque intenté disimularlo, una pequeña sonrisa involuntaria se dibujó en mis labios antes de que lograra borrarla.

—No entiendo a qué te refieres —intenté responder, tratando de parecer indiferente.

—No te hagas la desentendida, niña —dijo Margaret con una risa suave—. Ya sabes de lo que hablo.

Camila apenas contuvo una carcajada, mientras yo no sabía cómo reaccionar. ¿Realmente me estaba diciendo esto la madre de Connor?

—No tienes que decir nada —agregó Margaret con una sonrisa que me hizo sentir aún más incómoda—. Tu cara lo dice todo.

El trayecto, que ya de por sí me había parecido largo, ahora se me estaba haciendo eterno. El silencio se volvió pesado y el ambiente incómodo. Justo cuando pensaba que no podía soportarlo más, nos detuvimos frente a una puerta de metal.

¿Por qué nosotros?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora