~Capítulo 45~

121 27 6
                                    

Nadie sabe bien qué hacer. El aire se vuelve denso, cargado de miedo y desesperación. Las miradas se cruzan, ansiosas, mientras cada uno intenta procesar lo que ocurre. La respiración de todos se vuelve irregular, pero nadie se atreve a moverse. Entonces, en un gesto rápido, Connor levanta su arma. Su mano tiembla ligeramente, pero sus ojos se clavan en su objetivo: su madre.

Margaret no se inmuta. Se queda completamente tranquila, una leve sonrisa irónica en su rostro. Es como si ya hubiera anticipado este momento, como si todo estuviera bajo su control. Los demás, sin saber qué esperar, dan un paso atrás, intentando alejarse del conflicto que se avecina.

—No te la llevarás. —La voz de Connor suena tensa, casi quebrada, mientras se coloca entre Margaret y yo, protegiéndome con su cuerpo—. No pienso dejar que lo hagas.

Margaret suelta una carcajada fría, carente de cualquier emoción maternal.

—¿Y quién va a impedírmelo? —dice, mirándolo con desdén—. ¿Tú? Por favor, hijo. No me hagas reír.

Connor aprieta más fuerte el arma, y su mirada se endurece.

—Escúchame bien —advierte, con un tono bajo y amenazante—. Si ella se lastima, si se muere o incluso si tiene fiebre, te juro que te mato. No te acerques. Ya te lo advertí.

Margaret alza una ceja, sorprendida por la intensidad de las palabras de su hijo. Pero en el fondo de sus ojos, se nota que no cree que Connor sea capaz de seguir adelante con su amenaza.

—No serías capaz... —dice con un tono más suave, casi maternal—. Soy tu madre.

Una risa amarga escapa de los labios de Connor. Es una risa que lo dice todo: el desprecio, el dolor, la traición.

—¿Todavía no lo entiendes? —susurra, mirándola con una mezcla de odio y desilusión—. No soy tu hijo. No eres más que una piedra en el zapato para mí.

Por un momento, las palabras parecen afectarla. Margaret parpadea, como si la declaración de su hijo hubiera abierto una grieta en su fachada. Pero casi de inmediato, su rostro cambia. Se recupera rápidamente, enderezándose, volviendo a su postura imperturbable. No va a dejar que los sentimientos se interpongan en su objetivo.

—Tienen dos segundos para ingresar a las celdas, o los mataré a todos. —Su voz ahora es fría, llena de una autoridad implacable. Luego, su mirada se fija en Lauren, quien se encuentra junto a Alexander—. Perdón, cariño, pero sabemos cómo son las cosas.

Lauren retrocede un paso, temblando visiblemente. El miedo en sus ojos es palpable. Alexander se pone frente a ella, protegiéndola, su mandíbula tensa, su mirada fija en Margaret.

—¿No escucharon? —insiste Margaret, levantando ligeramente la voz—. Vuelvan adentro.

Connor no se mueve. No baja el arma. Su mirada sigue fija en su madre, y no hay indicios de que esté dispuesto a ceder.

—No —responde con firmeza—. Nadie se moverá. No me moveré. Si quieres pasar por encima de mí, tendrás que matarme.

Margaret suspira, como si estuviera tratando de razonar con un niño terco.

—Baja el arma, Connor —dice, esta vez con una calma peligrosa—. No quiero tener que matarte.

Pero Connor sigue inmóvil. El silencio se vuelve insoportable. Cada segundo que pasa parece estirar la tensión hasta el punto de ruptura. Los guardias, con sus armas levantadas, observan a Margaret, esperando una orden, pero ella parece dudar. No sabe si está dispuesta a dar el mando para disparar a su propio hijo.

Alex rompe el silencio, su voz llena de desafío.

—No la bajes, Connor. —Su tono es decidido, incluso retador—. Mátala. Puedes hacerlo.

¿Por qué nosotros?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora