~Capítulo 33~

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El viaje había sido interminable. Cada kilómetro que avanzábamos se sentía como una tortura lenta. Las carreteras eran inhóspitas, los caminos difíciles, y los cuerpos de todos los presentes estaban al límite. Mis rodillas, aunque un poco mejor que al principio, seguían siendo un recordatorio doloroso de las heridas sufridas. El dolor punzante había disminuido, pero la picazón de la cicatrización no me dejaba en paz, obligándome a moverme con cuidado.

Habíamos hecho solo dos paradas en todo el trayecto, y ambas de quince minutos, insuficientes para verdaderamente descansar. La mayoría apenas tuvo tiempo de comer algo rápido o estirarse antes de que Connor nos pusiera en marcha de nuevo. Las miradas agotadas de las personas que me rodeaban lo decían todo. Nadie tenía ganas ni fuerzas para continuar, pero la necesidad de seguir adelante era más fuerte que el cansancio.

Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, llegamos a nuestro destino: una escuela pequeña y en ruinas, con rejas metálicas alrededor que trataban de ofrecer una apariencia de seguridad. Era difícil imaginar que este lugar alguna vez había albergado niños. Ahora, era solo un cascarón vacío que pronto se convertiría en nuestro refugio temporal. La única entrada era una pequeña apertura en las rejas, apenas lo suficientemente grande para que una persona se deslizara agachada.

La gente observaba el edificio con ojos esperanzados, como si este sitio destartalado pudiera ser la respuesta a sus plegarias. Lo entendía; después de días de incertidumbre y peligro constante, cualquier lugar que prometiera un mínimo de protección era bienvenido.

—Voy a revisar el interior —anunció Connor, tomando el mando como siempre—. Dante, ven conmigo.

Dante, siempre serio y con la mirada dura, asintió sin decir una palabra. Se posicionó junto a Connor, arma en mano, listo para cualquier amenaza que pudiera surgir.

—Camila y Tyler, ustedes se quedan a cargo aquí afuera. Si algo se complica, ya saben qué hacer —añadió Connor, lanzándoles una mirada que dejaba claro que no habría margen para errores.

Ambos asintieron nerviosos, conscientes de la responsabilidad que acababa de recaer sobre ellos. Connor me dedicó una última mirada antes de adentrarse en la escuela, seguido de cerca por Dante. Observé cómo sus figuras desaparecían en el interior oscuro, mientras el resto de nosotros nos quedábamos en silencio, esperando.

Pasaron solo unos minutos, aunque se sintieron mucho más largos, antes de que volvieran. Dante fue el primero en hablar, su voz baja pero lo suficientemente clara para que todos escucharan.

—Está despejado. Podemos entrar.

Connor asintió y, con su tono acostumbrado de liderazgo, añadió: —Manténganse alerta. Cualquier cosa fuera de lugar, avísenme de inmediato.

La apertura en la reja era angosta y baja, lo que significaba que todos tendríamos que pasar agachados y con cuidado. El grupo A fue el primero en hacerlo, moviéndose con lentitud para evitar que una estampida desorganizara todo. Uno por uno, fueron entrando. Luego siguió el grupo B, entre los que me encontraba yo. La tensión en el ambiente era palpable. Sabíamos que, aunque el lugar parecía seguro, no podíamos bajar la guardia.

Una vez dentro, Connor nos guió al gimnasio techado, un espacio amplio que pronto sería nuestro nuevo hogar. La mayoría de las personas se desplomaron en las gradas, exhaustas después del largo viaje. Miré a mi alrededor. El lugar estaba cubierto de polvo y telarañas, y el aire tenía ese olor a encierro que solo los edificios abandonados poseen.

Connor, de pie en el centro del gimnasio, levantó la voz para dirigirnos.

—Sé que esperaban algo mejor —comenzó—, pero por ahora, esto es lo único que tenemos. Nos arreglaremos para vivir aquí, al menos hasta que todo esto haya terminado.

¿Por qué nosotros?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora