Connor apretó los dientes, con la vista fija en el horizonte, evaluando la situación mientras murmuraba:
—Sabía que esto no podía ser tan fácil… —su voz apenas era un susurro mientras alzaba el arma, preparado para disparar.
Mi respiración aún era errática, y las palabras se me escaparon sin que pudiera controlarlas.
—¿Fácil? —repliqué, mi tono cargado de incredulidad—. ¿Qué parte de esto fue fácil, Connor? ¡Le apunté con una maldita arma a tu mamá! ¡En la cabeza!
Mi voz subió de tono, pero él mantuvo la calma, sus ojos aún fijos en el peligro que nos rodeaba.
—Baja la voz, Emma —me advirtió con firmeza.
—Da igual —insistí, exasperada—, estamos jodidos… lo sabes tan bien como yo.
Connor me lanzó una mirada breve, su expresión era de una mezcla de resignación y preocupación.
—Sí, lo dices como si no lo supiera…
—¿Cómo quieres que lo diga? —respondí, sintiendo que la tensión empezaba a subir a niveles insoportables. Mi respiración se aceleraba, y el aire parecía quemarme los pulmones.
Connor desvió su atención momentáneamente hacia mí, su rostro ahora más serio, sin rastros del sarcasmo habitual.
—Emma, estás hiperventilando —dijo, con voz baja pero autoritaria—. Tienes que concentrarte. No podemos permitirnos perder la cabeza.
Intenté controlarme, pero la ansiedad seguía corriendo por mis venas. Asentí, cerrando los ojos por un breve segundo.
—Lo siento… —susurré—. Estoy nerviosa.
En ese preciso instante, notamos movimiento entre los árboles. Los Rabiosos aparecieron, acercándose a nosotros. No estaban lejos, apenas a unos metros, sus cuerpos deformados y sus movimientos erráticos pero peligrosos. Eran muchos. Sentí el miedo envolverme como una ola que se acerca imparable.
Connor, siempre alerta, levantó su arma, sus ojos se endurecieron.
—Quédate detrás de mí. No te muevas. —Su voz era un filo cortante, clara, decisiva.
No había ni una pizca de duda en él. Yo, por otro lado, estaba paralizada, pero obedecí. Me mantuve justo detrás de él, sin atreverme a desafiar sus instrucciones. Sabía que, si quería sobrevivir, debía seguir cada una de sus órdenes al pie de la letra.
Connor comenzó a disparar. Cada bala que salía de su arma encontraba un objetivo, y los Rabiosos caían uno tras otro. Sin embargo, seguían avanzando. Eran demasiados. Vi cómo sus movimientos se volvían más rápidos, sus disparos más frenéticos. Finalmente, lo escuché maldecir entre dientes.
Se giró hacia mí, y sus ojos se encontraron con los míos, una mezcla de frustración y determinación reflejada en su rostro.
—Vas a tener que disparar, Emma —dijo, su voz cargada de urgencia—. No importa dónde les des, solo dispara.
Sentí el pánico golpearme como un golpe físico, pero asentí con firmeza. No había tiempo para dudar. Con manos temblorosas, levanté el arma que le había robado a Margaret minutos antes. El metal frío se sentía extraño en mis manos, pero no podía permitirme fallar. Cerré los ojos brevemente, respiré profundamente y, cuando los abrí de nuevo, disparé.
El estruendo del disparo resonó en mis oídos, y la bala impactó en la pierna de uno de los Rabiosos, haciéndolo retroceder unos pasos. Lo había logrado. Sentí una chispa de alivio mezclada con adrenalina.
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¿Por qué nosotros?
Ciencia FicciónLibro 1 y (Segundo en proceso) Muertes misteriosas han devastado el mundo, y solo unos pocos han tenido la suerte de sobrevivir. Tras pasar 15 años confinados en un búnker, se ven obligados a regresar a la superficie y enfrentarse a un mundo que cr...