~Capítulo 26~

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Con las llaves en mano, avanzo a pasos firmes hasta el despacho de Jon, que se encuentra a unos pocos metros de su habitación. La adrenalina corre por mis venas mientras empujo la puerta y entro, sin necesidad de asegurarla. Dentro, la escena es un tanto surrealista. Dante está sentado en el escritorio, jugueteando con algunos papeles, mientras Camila se sienta en un sillón, luciendo aburrida y desinteresada.

Cierro la puerta tras de mí y, al notar mi presencia, ambos levantan la mirada.

—Aquí están las llaves—digo, arrojándolas hacia Dante. Él las atrapa con destreza y se levanta para dirigirse a la bodega.

—¿Cuáles son las órdenes de Connor?—indaga, curioso, mientras se acerca a la puerta.

—Solo me dijo que tomáramos las armas de servicio por si se presenta algún imprevisto. Las demás deben quedarse en su lugar—respondo, tratando de sonar firme.

Dante asiente y comienza a sacar sus armas del armario. Con un gesto, le entrega una a Camila, quien la recibe con gusto, una chispa de emoción iluminando su rostro.

—¿A dónde llevaron a Jon?—pregunta Camila, asegurándose de que su arma esté bien colocada en la funda.

—A las celdas—respondo—. Se niega a cooperar, así que tuvimos que tomar otras medidas. Ahora, Connor llamará a una reunión en la cafetería para anunciar el cambio de bando.

—Me siento como en la superficie de nuevo—dice Camila, cruzando los brazos con una mueca—. Espero que no sea como los políticos de cartón.

—Qué bueno que esto es el búnker y las leyes las hacemos nosotros. Lo que menos necesitamos es un dictador como Jon—agrego, completamente de acuerdo.

—Connor necesita que se encarguen de la seguridad... aunque esperamos que sea un día tranquilo—añade Dante, y los dos asienten, asumiendo la gravedad de la situación.

De repente, la puerta se abre de golpe y Rachel entra dando zancadas, su actitud desafiante llena la habitación. Nos lanza una mirada despectiva y empieza a hablar.

—Esto es lo que querías, ¿no?—dice, fijándose en mí—. Distrayendo a mi padre de sus obligaciones.

—Yo no hice nada. Jon me amenazaba; yo solo exigía lo justo—defiendo mi posición.

Camila frunce el ceño, sintiendo la tensión.

—Eso no lo parecía—dice Rachel, con desdén—. Ese fue tu plan desde un inicio.

—Piensa lo que quieras; me da igual—replico, sintiéndome frustrada.

—Eres una...—intenta terminar, pero Camila se acerca, interrumpiéndola.

—Por tu bien, no te conviene terminar esa frase—advierte Camila, su voz cargada de seriedad.

—Basta de juegos, Rachel. No querrás terminar como tu padre—digo con autosuficiencia, sintiendo que tengo la situación bajo control.

—Deben liberarlo... Esto es todo lo contrario a sus ideales moralistas. No pueden hacer lo que tanto odian—protesta, indignada.

—Jon no nos dio alternativa—habla Dante desde atrás, su tono autoritario—. Ahora retírate; necesitamos hablar de cosas que no te competen.

Rachel quiere replicar, pero el fuego en su mirada se apaga y se da la vuelta, abandonando la habitación. Suspiro aliviada; ya me estaba agotando la poca paciencia que tenía.

—Hay que mantener vigilada a Rachel; podría arruinar todo—dice Camila, su expresión seria.

—¿No podemos ponerla en una celda y listo?—pregunto esperanzada, pensando en que sería una solución fácil.

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