Capítulo 9

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 —¿Crees que es sólo atracción? —me pregunta Aria mientras almorzamos, ahora que el moretón se fue puedo salir a la calle, ya que no quería ser atosigada a preguntas.

—Sí, es sólo eso —digo despreocupada cuando hablamos de lo sucedido con Eros en el juego—. ¿Cómo vas con Samu?

—Mejor —dice alegre—. Sigue medio reacio a veces, pero mucho mejor. Hablamos, comprendió el por qué, sólo quiere un poco de tiempo para que se le pase.

—Me alegra escuchar eso —ella asiente enérgicamente con una gran sonrisa que me deja tranquila al verla mucho mejor que antes.

—Temía que no quiera ir a los ensayos.

—Dímelo a mí y a Romeo, que el día que se enteró casi caemos a tu casa con el pánico de que confundan las cosas —ríe y niega con la cabeza.

—Ya no somos niños —dice y la miro ladeando la cabeza.

—Aria... no puedes decirme que no serían capaces de no ir al ensayo por estar molestos y evitar ver al otro...

No responde, enfoca su vista en la hamburguesa que está comiendo con el ceño fruncido, haciéndome sonreír y negar con la cabeza.

—Bueno, pero no sucedió.

—Por suerte, o iban a tener problemas con nosotros también —sólo suspira sabiendo que tendríamos razón en hacerlo.


Continuamos hablando de cosas diarias y chismes que nos enteramos. Hasta que la vista de ella se va detrás de mí con fijeza por varios minutos.

—¿Aria? ¿Me estás escuchando? —le pregunto confusa.

Volteo para ver hacia dónde está mirando y cuando localizo lo que creo que está observando, me quedo quieta tratando de enfocar mi vista lo más que puede a la distancia.

—¿Esa es...? —pregunto tratando de enfocar mi vista.

—Eso estaba tratando de identificar —me contesta.

Hay una mujer, muy parecida a Fátima. Y que creemos que es ella. Hablando con un hombre enérgicamente, casi discutiendo.

—Vamos —digo de inmediato.

Ambas nos levantamos y junto a nuestros hombres de seguridad nos acercamos de la manera más sigilosa. Las dos tenemos capucha y lentes para evitar reconocimientos y llamar la atención, ya que queríamos un almuerzo más tranquilo.

Una vez salimos del lugar, cruzamos la calle y caminamos hasta la esquina, en donde nos quedamos ahí, a unos metros de donde está la chica.

Y sí, es Fátima. Discutiendo con un hombre.

—No logro escuchar qué dicen —susurra Aria.

—¿Y si nos acercamos? —pregunto y niega.

—Nos va a ver.

Fátima está bajo el techo de una casa, en la sombra. Mueve las manos enérgicamente y el hombre tiene cara seria, inmutado con lo que ella le dice, como si no quisiera cambiar de opinión y como si ella le rogara que lo hiciera, porque en un momento ella coloca sus manos en modo de súplica, pero este niega con la cabeza.

Hasta que ella da un pequeño grito ofuscado y de brazos cruzados se da media vuelta y se va en dirección contraria a la que estamos nosotras.

—Sigámoslo —digo haciendo referencia al hombre que no identificamos.

Ambas, a paso lento y disimulado, lo seguimos hasta que se sube a un auto bordo y se va.

—¿Quién es? —pregunta cuando lo vemos irse.

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