Capítulo 45

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—¿Te permiten tocar todo? —le pregunto sorprendida.

—Si —dice divertido por mi reacción—, beneficios de la fama —asiento, levantando mis cejas.

Estoy en un hotel con Axel, un famoso cantante, para terminar de componer la canción en la que vamos a colaborar con la banda.

Decir que es famoso es poco...

Cierto, es exageradamente reconocido mundialmente y por eso esto es muy importante.

Y también por eso acepté venir al hotel en donde él se queda para terminar la canción, ya que me contó que el hotel le cedió toda una sala completa con todos los instrumentos y el poder tocar y hacer ruido el tiempo que quiera.

Algo que en los hoteles normalmente está prohibido por la gente que duerme, claramente.

Pero a él se lo permitieron. Así que no pude decirle que no a seguir componiendo la canción aquí en donde nadie nos moleste.

—¿Tienes escrito algo para el segundo párrafo? —me pregunta y miro la hoja con una mueca.

—Tengo una idea, pero no me convence...

Se acerca a mirar la hoja y con su lápiz hace algunos pequeños cambios, haciéndome sonreír.

—Me gusta más —digo contenta.

—Me gusta cómo compones, pocos tienen ese talento.

—Viniendo de ti, me halaga demasiado —digo sorprendida y emocionada.

—¿Siempre lo hiciste? —asiento.

—Siempre, pero me lo quedaba para mí. Tuve una época un poco larga en donde no podía componer absolutamente nada.

—¿Y cómo saliste de ahí?

En mi mente aparece la imagen de Eros riendo. Pero en segundos recuerdo sus palabras, sus mentiras, su desconfianza, y la imagen desaparece, haciendo que la presión en el pecho reaparezca.

—Me enamoré —él sonríe dulcemente.

—Para escribir no se necesita leer. Se necesita sufrir y amar.

—Y eso me paso. Ambas —digo con una suave risa—. A veces era solo una melodía, un verso, un solo de guitarra o batería, una frase, pero siempre algo se me ocurría.

—Nunca pierdas eso —dice acercándose a la guitarra—. Ni a las personas que, en vez de apagarte y conformarte, logran explotar ese brillo y creatividad que tienes llegando cada vez más lejos. Son muy valiosas. Y pocas.

Asiento con suavidad, sabiendo que tiene razón. Romeo y Eros son parte de esas personas y no me hablo con ninguno de los dos.

Eso duele. Mucho.


Ya es de madrugada, nos quedamos a terminar de componer ya que tenemos fecha límite para tenerla lista.

Cenamos pizza con gaseosa y no paramos ni un segundo de sugerir ideas hasta que quedamos satisfechos con la canción.

—¿Quieres quedarte? —me pregunta Axel cuando ordenamos un poco—. Hay habitaciones disponibles. Lo digo porque es muy tarde y tienes cara de cansada.

Sé que no me lo dice coqueteándome, lo dice honesto y como un colega de trabajo. Pero igualmente niego con la cabeza.

—Gracias, pero si los periodistas me ven saliendo por la mañana de aquí...

—Van a enloquecer y suponer cosas que no son —termina por mí, comprendiendo.

—Exacto, y cuando empiezan, no hay forma de pararlos —digo suspirando con cansancio.

HATHORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora