Capítulo 46

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Marzo, 2024

Hathor

Leo nuevamente los mensajes de Julián con lo que tengo que hacer y suspiro.

Me siento abrumada, como si los ánimos se esfumaran. Perdida. Desganada. Rendida. Como si nada tuviese el sentido que un día le había encontrado. 

No tengo ganas de llorar. No suena música, no siento que ninguna canción me identifique ahora. No quiero comer, tampoco quiero levantarme de la silla, porque si me levanto no sé a dónde iría, porque no tengo ánimos de ir a ningún lado.

Me levanto para ir al baño y cuando paso por la puerta se engancha la manija de esta con mi buzo, haciendo que tropiece y gruño enojada.

Buzo de mierda, puerta de mierda, manija de mierda. Pego un grito y termino en el suelo. Llorando porque se me engancho el buzo en la puerta.

Aunque, en realidad, lloro por todo, menos por eso. Pero a veces la cosa más pequeña e insignificante detona las cosas más grandes y profundas que no estábamos dejando salir. Es esa gota diminuta que hace que no se derrame el vaso, sino que directamente explote todo el vidrio.

Y, a veces, debemos agradecer esa gota, porque nos permite liberarnos de eso que nos estaba asfixiando sin darnos cuenta, o sin querer darnos cuenta.

Una vez me calmo, me doy una ducha para relajar mi cuerpo y volver al trabajo, aunque tenga un nudo en la garganta, aunque tenga los ojos rojos e hinchados por el llanto, aunque no pueda comer nada porque se me retuerce el estómago, aunque esté hipando.

Porque aprendí que el mundo no se va a detener solo porque yo me sienta mal. Todo sigue su rombo, el mundo sigue girando y yo debo seguir con mis obligaciones. No importa si me estoy muriendo en vida.


Mi mañana estuvo atorada de actividades sobre el nuevo álbum y la banda. Que en parte me ayuda a no pensar. No pensar en lo que precisamente ahora estoy pensando.

Estoy sentada en el sofá de la casa de mis padres, vine porque quería despejarme un rato, pero claramente no puedo.

—Tienes cara triste, hija —me dice mi padre sentándose nuevamente a mi lado mientras deja la jarra de limonada casera que prepara mi madre en la mesa junto a dos vasos con hielo—. Estás flaca y con muchas ojeras.

—Estoy bien, solo un poco cansada —le miento.

—Puedes mentirle a la prensa, pero a tu padre nunca —dice tranquilo sacándome una sonrisa.

—Sí, lo sé... —susurro.

—Cuéntame —dice él dándome una palmada en la pierna—. Cuéntame todo y cuando tú termines yo hablaré.

Sonrío ya que es un método que aplico desde chica.

Una vez me había portado mal en el colegio y me habían mandado una notita y cuando llegué a casa lo senté y le dije, "Primero déjame terminar de contarte toda la historia y cuando yo te diga, dime lo que piensas", él lo aceptó y muchas veces fue de esa manera; yo contaba todo y luego cuando yo le dijera que terminé, él me decía lo que pensaba.

Y eso hice. Le conté todo lo que sucedió con Eros, desde la primera pelea hasta la segunda que terminó con nuestro rompimiento.

—Y... y, no sé, simplemente todo explotó y se fue a la mierda de un momento a otro —digo ya alterada mientras termino de contar la historia con lágrimas en los ojos.

Mi padre me toma por los hombros y me acerca a su pecho para calmarme. Me quedo un rato en silencio en los brazos de mi padre que me hace caricias en el cabello y cuando nota que mi respiración se calmó me vuelve a hablar.

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