Familia

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Dos años después

—Promete que vas a intentarlo, por ti, por mamá, por mí, por salir de esta oscuridad en la que vives desde hace mucho —inquirió Marcus, apretando mi mano con suavidad—. Quiero volver a ver a mi chica alegre, la chica sarcástica y capaz de poner el mundo a sus pies con tan solo una mirada. Margot, estás acabando poco a poco con tu vida. Dime, ¿dónde están todos esos sueños que me contaste una vez cuando eras una mocosa? Vamos, calabacín, hazlo por ti y por todos los que deseamos verte bien y te amamos, en especial, hazlo por...

—No lo menciones, por favor.

—Lo haré, porque Gonzalo te amaba con todo su corazón y estoy muy seguro de que no le gustaría verte así. Él deseaba tu felicidad por encima de la suya, así que lucha y vive y por él.

—No lo entiendes —mi voz se quebró y las lágrimas se arremolinaron en mis ojos—. No fuiste tú quien lo perdió todo en la vida. Perdí a mi esposo el mismo día que me casé con él. Perdí a mi bebé en ese accidente y su padre ni siquiera sabía de su existencia y nunca lo sabrá porque ya no está aquí —el nudo que se formó en mi garganta fue tan grande y doloroso, que casi me era imposible hablar—. Mírame, estoy hecha pedazos. Perdí una pierna y toda la posibilidad de hacer todo lo que un día soñé —estallé en llanto ya sin poder contenerme más—. No sé cómo seguir, no veo ninguna luz de esperanza. ¡Estoy maldita! Desde que nací lo he estado y lo único que logro es acabar con la vida de las personas que más amo en este mundo. No quiero seguir siendo una carga para ti y mamá, porque eso es lo que me he convertido desde hace dos años. Han dejado toda su vida de lado por velar por mí. No tengo ninguna esperanza, ni un anhelo, ni siquiera ganas de continuar en una vida que no merezco. Marcus, yo debí morir junto con ellos. Yo debería estar con mi esposo y mi hijo, pero la vida se ensañó conmigo y aquí estoy, tratando de vivir cuando lo único que deseo es morirme y estar con ellos.

—No digas eso, cariño —Marcus me envolvió entre sus brazos, llorando desconsolado y apretándome con fuerza—. La vida te dio una nueva oportunidad y yo sí agradezco a Dios de que estés aquí con nosotros. No entiendo tu dolor y jamás lo haré, pero no estás sola. Mamá y yo nunca te dejaremos, eres parte de nosotros y te amamos por encima de todas las cosas. Eres nuestra pequeña luz, ese rayito revoltoso que llegó para completarnos y hacernos muy felices.

—No sé cómo seguir, Marcus —confesé—. No sé cómo darle sentido a mi vida cuando hace mucho me perdí.

—Haciendo el intento, dejando ir a Gonzalo y empezar a pensar en ti y en tu felicidad.

—¿Cuál felicidad? Ellos eran mi entera felicidad... y ya no están —lo miré a los ojos e hizo silencio.

—Lo sé, calabacín —limpió mis lágrimas con suavidad y ternura—. Pero también es cierto que la vida continúa y no podemos quedarnos estancados en un punto muerto o nos vamos a consumir hasta quedar en cenizas. Gonzalo y mi sobrinito serán siempre parte de ti, ellos jamás van a dejar tus pensamientos y tu corazón, pero tienes que empezar a buscar tu felicidad. No te estoy pidiendo que olvides lo que sucedió, porque sé que jamás podrás, pero sí te estoy pidiendo que vive por ti y para ti. No soporto verte tan apagada y entre cada intento por ayudarte, más te destruyes. Quiero tu felicidad, hermanita.

—Perdón...

Sacudió la cabeza y volvió a abrazarme con fuerza, llorando a la par conmigo.

—No tenemos nada que perdonarte, mi vida. Atravesaste por una pérdida muy fuerte y has tenido que afrontar una vida sin ellos y todas las pruebas que el destino te puso, pero sé que lograrás salir adelante porque eres una guerrera. Eres la mujer más tenaz que pueda conocer y me siento tan orgulloso de ti y tan feliz de ser tu hermano y tener el privilegio de estar a tu lado. Si nos permites acceder un poco más, lo lograremos, calabacín. Somos una familia y juntos vamos a salir adelante. Los tres, siempre seremos mamá, tú y yo.

Quizás he sido muy egoísta y no he visto más allá de mi dolor, que hasta ahora me doy cuenta de lo mucho que mi familia sufre por mí. Me he encerrado tanto en mí, en todo lo que perdí y no podré recuperar por más que se lo pida a Dios, que no me he detenido a pensar en lo mucho que mi mamá y mi hermano cargan en sus hombros. No solo ha sido mi pérdida instantánea de mi esposo y mi hijo, sino también mi pierna, las terapias, las múltiples cirugías que me han hecho, lo que han tenido que sacrificiar para que nada me falte, mis cuidados. Ellos son los únicos que han sufrido por igual conmigo, pero siempre dándome ánimos y fuerzas para continuar.

Lloré tanto y pedí perdón por ser tan insensible y terca, hasta que el dolor en mi inexistente pierna y de cabeza me hizo caer en la realidad. Ellos han hecho malabares para cuidar de mí y trabajar a la vez. Mamá ha pasado noches en vela, tomando mi mano y siendo mi única compañía cuando el dolor físico y emocional me rebasa. Han sido dos años completos de sufrimiento y dolor, deseando morir cuando dos personas hacen hasta lo indecible para sacarme de ese pozo oscuro en el que me encuentro.

—Te lo prometo —susurré y Marcus sonrió, acariciando con ternura mi cabello—. Prometo intentarlo, por mí y por ustedes. .

—Paso a paso, calabacín —besó mi frente—. Pero no olvides que, en cada paso que des, vamos a sostenerte y acompañarte hasta el final.

Mamá entró a la habitación y al vernos abrazados y llorando, sus ojos también se llenaron de lágrimas. En completo silencio y comprendiendo lo que sucedía, se acercó a nosotros y nos abrazó tan fuerte como pudo, diciéndonos que no había nada más hermoso en su vida que nosotros; su pequeña y valiosa familia.

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