Vas a ser papá...

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Solté todo el aire que no sabía que estaba conteniendo y suspiré profundamente. Organicé mis pensamientos por un segundo y lo seguí de cerca, indecisa y muy nerviosa. Joder, en mi cabeza decirle que estaba embarazada era muy fácil, pero al tenerlo de frente, es una cuestión muy diferente. No sé cómo decirle que será padre.

Entramos a la casa en completo silencio, por lo que escuchamos a la perfección las palabras de Katie, las cuales me hicieron sonreír:

—Ella nos enseña lo básico, aún nos falta mucho para llegar a ser como ella.

—Ojalá eso nunca suceda, por el amor de Dios —dijo Gabriel, dándome una mirada maliciosa y una sonrisa burlona—. Yo te amo, Kat, pero si te pareces a ella, dejarás de ser mi sobrina favorita.

—Soy la única —sonrió.

—Bueno, el punto es que no quiero verte convertida en bruja dominante y fea.

—Calla el hocico, maldito perro pulgoso —gruñí.

—¿Ves lo que sucede con tipas como ellas? Además, está loca.

—Tengan sexo desenfrenado en lugar de estar tirándose indirectas todo el tiempo —Katie salió con una caja en sus manos y gritó a lo lejos—: ¡Hasta aquí huele a tensión sexual!

—Primero muerta, antes de mezclar fluidos con el perro de la calle —di media y caminé varios pasos, pero pensando en mis palabras y lo gracioso que suenan, me devolví. No es necesario que sigamos ocultando las cosas, además, tengo que decirle sobre nuestro hijo.

Reí y me giré devuelta, encontrándome con Melanie.

—Sé que entre ustedes existe algo más, algo que ocultan por alguna razón, pero no deberían alejarse más. Si lo que hay entre ustedes es amor, no dejen que se pierda —aconsejó y siguió su camino, dándome la fuerza necesaria para contar la verdad y luchar una última vez por lo nuestro.

—No empieces tú también, Ella es una mujer difícil, llevo tres meses tratando de llevar la fiesta en paz, pero tiene un humor de los mil diablos.

Detuve mis pasos al escuchar las palabras que decía Gabriel.

—Invítala a cenar o a pasear.

—¿Qué te pasa, Keith? Jamás saldría con ese tipo de mujer.

—Bueno, solo decía...

Keith hizo silencio al verme. ¿A qué se refería con exactitud Gabriel? ¿Acaso qué tipo de mujer soy yo? ¿Por qué dice eso, si no hace mucho tuvimos una relación y decía amarme? ¿Acaso se arrepiente de haberse involucrado conmigo? No quería dejarme dominar por esas inseguridades, pues he luchado con todas las fuerzas de mi ser para no escucharlas, pero oír esas palabras de él, me hace dudar una vez más.

—Estaré unos días por fuera. Si necesitas ayuda con el diseño del establecimiento, llámame. Trataré de enviar a alguien —me hice la desentendida, pues no quiero que nadie, ni siquiera Gabriel, empañe mi felicidad.

—¿Te vas? Pero dijiste que pensabas quedarte.

—Cambié de opinión hace unos días —sonreí—. Esta ciudad solo me trae dolores de cabeza.

—Gracias por escucharme, padre.

Sonreí en respuesta antes de levantar la mano y despedirme de ellos. Venía emocionada y feliz de dar una noticia, pero con todo lo que dijo, empiezo a dudar de que sea buena idea decirle de esta manera tan sorpresiva. No sé en qué concepto me tiene y, siendo sincera, me importa poco. No quiero desgastarme pensando en él, menos en este punto de mi vida donde no me quiero dejar vencer tan fácilmente. Aunque esa indiferencia que tiene conmigo, me mata lentamente.

Me despedí de Melanie, Katie y Brian, excusándome de que debía hacer una diligencia. Caminé en la búsqueda de un taxi, pero la calle se encontraba en completa soledad. Me sentía frustrada y esa alegría que bullía en mi interior, se opacó. Gabriel es el único que tiene un gran poder en mí, el único capaz de sacarme una sonrisa, un suspiro o una lágrima en cuestión de segundos.

Un auto se me cruzó en medio del camino y suspiré, aguantando las lágrimas a más no poder. Gabriel me miraba con precaución mientras me indicaba que subiera al auto.

—No quiero quitarte tiempo. Yo espero un taxi.

—No seas terca y sube —más bien sonó a una exigencia.

—Ya te dije que estoy esperando un taxi.

Apretó el volante, cerrando los ojos con fuerza y soltando un profundo suspiro.

—No voy a discutir contigo. Solo sube, mujer.

Subí a regañadientes, pero no le dije ni una sola palabra por largos segundos y él tampoco se atrevió a decir nada. No sé si es orgullo o terquedad lo que tratamos de demostrar al otro, pero parecemos dos tontos, tratando de ser fuertes y valientes cuando deseamos todo lo contrario. No sé si él quiera lo mismo que yo, pero por mi parte, quisiera dejar todo en el fondo de un pozo y besar sus suaves labios.

—¿A dónde vas? Digo, no es que estés en la obligación de decírmelo, pero puedo llevarte ya que no cuentas con auto —encendió el auto, poniéndose en marcha—. Y antes de que digas que no, no me molesta ni me incómoda llevarte.

—Me voy a ir de viaje por un tiempo indeterminado, pero en este momento iré a casa —respondí, ocultando una sonrisa.

—¿Por qué te vas?

—Ya sabes, unas cortas vacaciones que tendré.

—¿Con quién? —cruzamos mirada por unos segundos y la apartó con rapidez—. Bueno, eso no es importante. Espero te vaya muy bien y disfrutes de tus vacaciones.

—Iré con mamá.

—Oh, ya veo —lo vi sonreír vagamente y mi corazón se saltó un latido—. ¿Cómo está la Sra. Bailey?

—Está muy bien y demasiado feliz con la vida, más al saber que va a ser abuela.

—Lo había olvidado, pero ahora que recuerdo me dijiste que tu hermano y tu cuñada estaban esperando su primer hijo. ¿Cómo va tu sobrino?

—Está enorme, ya tengo muchos deseos de verlo —mordí mis labios, sintiendo un hueco enorme en mi estómago y el corazón a punto de salir expulsado de mi pecho—. Pero también está muy feliz con el pequeño milagro que llegó a nuestras vidas hace poco.

—¿Cómo así? —me miró de soslayo.

—Me dijeron que era imposible, que nunca más tendría ninguna posibilidad, que no existía ningún poder humano o científico que pudiera ayudarme, pero aquí —puse mis manos sobre mi vientre y sonreí—, está la prueba más hermosa y divina de Dios, sobre todo, del amor tan bonito que vivimos tú y yo. Estoy embarazada, Gabriel.

—¿Qué? —detuvo el auto en seco, casi provocando que otro auto chocara con nosotros.

—¡Ten más cuidado, por favor! —cerré los ojos con fuerza, rememorando algunas imágenes de aquel accidente.

—L-lo siento, mi amor —me tomó de las manos y las besó con suavidad—. Es que creo que escuché mal. Te oí decir que estás embarazada.

—Lo estoy —asentí—. Vas a ser papá...

—¡Carajo! —exclamó, pero no sabía si lo dijo porque estaba enojado o porque estaba consternado.  

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